CAPITULO 50.

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DANIELA.

Lo peor cuando alguien te echa de malos modos de su vida una vez es que, por más tiempo que pase, una parte de ti siempre está esperando, aunque sea de manera inconsciente, que vuelva a suceder.

Eso es lo que me ha ocurrido a mí con Poché.

Entiendo a la perfección que no debe de ser fácil verse en la situación en la que se ha visto. De hecho, una enfermera ha venido y le ha dado un calmante porque estaba tan mal que no era capaz de hablar.

Sin embargo, no ha tenido problemas para gritarme.

Sé lo mucho que quiere a sus abuelos y sé, sobre todo, el daño que causó en ella la marcha de sus padres. Y lo sé porque estuve ahí durante dos años, aguantando sus salidas de tono, sus malos modos, su dolor hasta que, un día, sin previo aviso, me echó de su vida definitivamente.

Me gustaría decir que tengo la capacidad de entendimiento más desarrollada. O que soy más madura de lo que en realidad soy y puedo entender su estado de ánimo, el susto que se ha llevado y lo mal que debe de sentirse. Me gustaría decir eso y, además, me encantaría jurar que no me genera ningún tipo de inseguridad que, de nuevo, ante las adversidades, Poché se zafe de mí de malos modos.

Adoraría poder decir que no me importa, que entiendo que su actitud viene de su dolor y debo darle tiempo y espacio, pero el caso es que no puedo.

Y no puedo porque, en cuanto ella me grita, lo único que me viene a la cabeza es el recuerdo de Poché hablándome así hace años, cuando éramos adolescentes. Soporté sus salidas de tono y la justifiqué una y otra vez, porque entendía de dónde salía todo ese dolor y esa rabia, pero ahora es distinto. Ahora no quiero aguantar eso, y si eso me hace una mala persona..., bueno, entonces lo seré, supongo. No me importa.

De verdad, esto no tiene nada que ver con que no empatice con lo que le ha sucedido a Carlos. Conozco a ese hombre desde que era niña y yo misma me he asustado muchísimo ante el accidente, pero es la primera vez que pienso que no quiero volver a pasar por todo esto. No quiero vivir midiendo las palabras para que Poché no salte con algo impropio o borde. No quiero ser la persona en la que vuelque sus frustraciones porque ya lo fui una vez, y no me trajo nada bueno, sino todo lo contrario.

No quiero, sobre todo, porque sé que empezará así y acabará echándome de su vida de nuevo.

Cuando Sebas aparece en el hospital y se sienta a su lado, sin que Poché lo rechace, el dolor que me atraviesa es tan lacerante que me obligo a ir a por un café solo para que no me vean.

Salgo a la cafetería más cercana y pido café para todo el mundo, pues me imagino que la noche será muy larga y nadie va a querer marcharse. Y durante todo ese tiempo, me pregunto qué tiene Sebas que no tenga yo.

¿Por qué Poché permite que él esté a su lado, apoyándola, y a mí me echa a la mínima oportunidad?

Quizá esta actitud es infantil. A lo mejor estoy siendo una persona egoísta y mala por tan solo estar pensando este tipo de cosas cuando están operando a Carlos Garzón, pero la verdad es que no puedo evitarlo. Por eso dejo que los pensamientos lleguen y me aseguro, eso sí, de no exteriorizarlos porque yo, al contrario que Poché, comprendo que los demás no tienen la culpa de las mierdas que se me pasan por la cabeza.

¿Eso ha sonado resentido? Sí, creo que sí. Bueno, pues así te haces una idea de cómo me siento.

Vuelvo al hospital y reparto los vasos de cartón con café a todo el mundo, incluida Poché. La suerte de conocerlos tan bien es que ni siquiera he tenido que preguntar cómo les gusta a cada uno. Sebas me agradece su vaso con una sonrisa que le devuelvo, porque si algo he aprendido con los años es que, por más que me doliera la primera vez, él no tuvo la culpa de que María José lo eligiera. Él solo le hace saber a su amiga que está aquí, al igual que yo, y eso es bonito.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora