CAPITULO 17

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POCHÉ. 

7 de diciembre

Me despierto con el sonido del teléfono. Es mi día libre, por el amor de Dios. ¿Es que no voy a poder dormir ni siquiera en mi maldito día libre? Miro la pantalla y, al ver que se trata de mi abuela, descuelgo.

Puedo ser una idiota en muchos aspectos de mi vida, pero nunca ignoraré una llamada de teléfono de mi abuela. Eso tiene que decir algo bueno sobre mí.

—¿Sí?

—Hija, ¿puedes confirmarme que te ha llegado un correo electrónico del hotel? Tu abuelo y yo programamos todos los mensajes para primera hora de la mañana, pero no estamos seguros de haberlo hecho bien.

Me despego el teléfono de la oreja y miro la hora. Demasiado pronto, joder. Demasiado pronto.

—¿Tiene que ser ahora mismo?

—Sí, querida. Es importante porque, aunque hoy es vuestro día libre, tenéis que preparar la actividad.

—¿Qué? ¡Abuela!

—Será divertido, te lo prometo.

Gruño, pongo el altavoz y entro en la bandeja de entrada de mi correo electrónico.

En efecto, hay uno del hotel.

¡Buenos días!

Esperamos que disfrutéis al máximo de vuestro día de descanso, pero también nos gustaría informaros de que las actividades deben seguir. ¡Cada vez falta menos para el día de Navidad! Así que os comunicamos que, una vez abierta la casita de hoy, os ha tocado la maravillosa tarea de decorar un jersey en casa.

¡Cuidado! No hablamos de comprar un jersey navideño, sino de decorar alguno que ya tengáis hasta convertirlo en uno. Queremos que sea algo hecho por vosotros. Pensaréis que esto no contribuye de ninguna forma a la convivencia, pero ahora viene la mejor parte:

¡Mañana tenéis que traerlo puesto!

Será superdivertido ver vuestras creaciones y estoy segura de que nuestros huéspedes adorarán ver a trabajadores tan joviales y serviciales corretear por los pasillos de nuestro querido hotel ataviados con prendas caseras y navideñas.

Esperamos con ansias vuestras creaciones. 

Carlos y Nora Garzón.

Me quedo mirando la pantalla un momento, procesando la información y olvidando por completo que mi abuela sigue al teléfono.

—¿Qué cojones...?

—¡María José!

—Perdón, abuela —murmuro—. ¿De verdad tengo que decorar un jersey?

—Oh, sí, querida. Eres la futura dueña, así que tienes que dar ejemplo. 

—Abuela, con todos mis respetos, creo que esto se está convirtiendo en algo un poquito excesivo. Mira, lo de hacer algunas actividades tenía su gracia, pero... 

—No tenía su gracia sin más, Poché. Cada actividad la hemos pensado mucho entre tu abuelo y yo. Todas contribuyen a un bien común. Estamos seguros de que esto es lo que necesita el hotel y nuestra familia.

Cierro los ojos, frustrada. Cuando mi abuela se pone así, me resulta imposible negarle nada. Es cierto que yo mismo he estado de acuerdo en toda esta pantomima, pero, sinceramente, pensaba que se haría más llevadero. Sobre todo pensaba que, a estas alturas, Daniela ya habría explotado. Ni confirmo ni desmiento que toda mi aceptación se basara en pensar lo mucho que iba a disfrutar eso, pero está ahí, aguantando igual o mejor que yo. No tengo ninguna duda de que este correo le habrá sentado como una patada en el estómago, si es que está despierta, pero en realidad saber que está asqueada no provoca en mí tanta felicidad como pensaba en un principio.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora