DANIELA.
2 de diciembre
Llego al hotel unos minutos antes de que empiece mi turno, como siempre. Me gusta ser puntual y, si de paso tengo tiempo de tomar un café antes de entrar, mejor. Voy pensando en pedirle a Andrea un capuchino, quizá por eso me sobresalto cuando veo el inmenso árbol que hay en el centro de la recepción. Y cuando digo centro, me refiero a que hay que rodearlo por un lado u otro para subir las escaleras que llevan a las habitaciones.
—¿Qué...?
—¡Me encanta! —Me asusto con el grito de Lu, que acaba de llegar y está sacando su móvil a toda prisa. Inicia un directo y empieza a parlotear—. ¡Buenos días, familia virtual! Tal y como os prometí, os contaré nuestra actividad de hoy en directo. Responderé preguntas y hablaré con los compañeros y compañeras que elijáis, así que ya sabéis: cuantos más seáis, ¡más sabréis!
La miro horrorizada por el modo en que ha convertido todo esto en un jodido reality show, pero ella, lejos de sentirse intimidada, me enfoca con la cámara y suelta una risita.
—Ah, sí, aquí está una de vuestras favoritas. Daniel, aquí hay muchos seguidores que quieren saber cómo se tomó Poché que ayer le echaras pimienta en su bola de cacao.
—¿Qué? —Abro los ojos como platos porque, en teoría, solo me vieron mi padre y Andrea.
—Estábamos en directo, querida, ¿ya no te acuerdas?
—Yo no... Eh...
—¡Buenos días! —La interrupción de Nora me hace tanta ilusión que estoy a punto de darle un abrazo—. ¿Cómo estáis hoy? ¿Listos para una nueva aventura navideña? —Estoy tentada de poner los ojos en blanco, pero Lucía sigue enfocándome. Voy a reventar ese teléfono, lo juro—. Hoy, como habréis visto, tenemos un nuevo elemento en nuestra recepción, pero no es el único, si me seguís hacia el salón, os lo cuento todo. O más bien os lo enseño.
Suelta una risita mientras rodeamos el árbol de recepción y nos adentramos en el salón del hotel. La chimenea está prendida, pero no es eso lo que me llama la atención, sino el enorme abeto natural que descansa junto al ventanal que da a la calle. Mientras todo el mundo suelta un «oooh» colectivo yo solo puedo pensar que han cortado un árbol de no sé cuántos años para ponerle adornos encima y tirarlo al cabo de un mes. Es hasta macabro, ¿por qué nadie más lo ve? Estoy a punto de decir algo, pero me detienen dos cosas: la mirada de Andrea, que justo ha salido de la cocina, y el teléfono de Lucía que sigue apuntando en mi dirección. Me muerdo la lengua porque no hace falta tener una crisis familiar por segundo día consecutivo. Además, si no me controlo un poco, acabarán hablando con mi madre. Y tengo más de veinte años, no es que pueda castigarme, pero la pereza que me da tener que tratar con ella sabiendo que va a ponerse en modo paternalista y autoritario es tal que me hace desistir de soltar una sola queja.
—¿Crees que querrán que lo decoremos nosotros? —le pregunto a Lu.
Ella vuelve a enfocarme, pero no me molesto en decirle que apague su teléfono. Tiene el beneplácito de los jefes, así que no lo hará.
—¿Quién si no?
—No sé, es todo tan... —Me callo, pues recuerdo que no hace ni un minuto que he decidido que no iba a abrir la boca para quejarme.
—Oh, venga. Ayer te vi sonreír mientras te tomabas la leche caliente.
—No era por la Navidad, Lucía, era porque...
—Sí, ya sé, por lo que le hiciste a Poché. No fue bonito.
—La vida no es bonita.
Ella se ríe y, para mi sorpresa, corta el directo de TikTok. Me guiña un ojo, como si fuera un gesto cómplice y no entiendo por qué hasta que habla:
—Y lo será aún menos cuando ella sea tu jefa y te eche de una patada en el culo.
—¿Qué te hace pensar que va a echarme? Además, falta mucho para eso.
—No tanto.
—¿A qué te refieres? —La miro entrecerrando los ojos y Lucía empieza a revisar los bordes de su teléfono. Al parecer, de pronto le resultan fascinantes, por eso se lo quito de un tirón—. Lu, ¿qué quieres decir con eso?
—Oh, bueno..., pues simplemente digo que Poché ha acabado sus estudios, está llevando gran parte de la gestión ella sola y...
—No, son sus abuelos quienes lo hacen, aunque ella ayude mucho.
—Aun así, cada vez está adquiriendo más responsabilidad, Daniela. Es muy probable que el año que viene tome las riendas.
—¿Y tú eso cómo lo sabes?
—Bueno, ¿no te parece raro que quieran hacer este juego justo ahora?
—¿Qué juego? ¿De qué hablas?
Lucía pone los ojos en blanco, como si yo fuera tonta, pero me aparta a un lado mientras el resto de los compañeros que participarán en la actividad de hoy van llegando.
—Quieren que el ambiente sea más sano, pero por encima de todas las cosas, quieren asegurarse de que Poché es capaz de manejarse con los trabajadores más conflictivos del hotel, por eso ella no puede faltar a ninguna actividad.
—¿No puede?
—Oí a Carlos decir que es el único que estará en todas. Seguramente quieran prepararla para poder jubilarse de una vez.
—Pero, aunque se jubilen, seguirán viviendo aquí, ¿no?
—O tal vez sea Poché quien se mude aquí.
—No lo creo. Valora muchísimo su intimidad. Cuando vivía aquí, se pasaba los días encerrándose para no socializar.
—Yo a esa Poché ni siquiera la conocí, pero la del presente me parece más que lista para coger las riendas del negocio, ¿a ti no?
Justo cuando intento responderle, la susodicha entra en el salón hablando con un trabajador. Es uno de los señores de mantenimiento con fama de ser bastante gruñón, pero está sonriendo con lo que sea que le dice Poché, y me doy cuenta de que, en realidad, sí que parece una jefa. Para mí es raro verla así, pero supongo que es porque me cuesta tomar conciencia de que, en efecto, ya no somos adolescentes, sino dos personas adultas con problemas de la vida real.
¿Y si Lucía tiene razón? ¿Qué pasará si Poché se convierte en mi jefa antes de lo esperado? ¿Tan cegada he estado como para no darme cuenta de que está preparándose cada día un poco más?
Peor aún: ¿y si decide echarme en cuanto coja el cargo?
Me desanimo tan rápido que, cuando los abuelos sacan una sola cajita y la rompen, confirmando que hoy toca decorar el árbol, no tengo fuerzas para quejarme. Lo único que hago es suspirar mientras nos informan de que, al acabar la jornada, nos quedaremos algunos realizando esta labor tan importante y, por supuesto, yo estoy en la lista.
En realidad, debería intentar llevarme bien con Poché. Creo que sería la única forma de librarme de esta tortura navideña. El problema es que luego recuerdo todo lo ocurrido y... no soy capaz.
Mi enemistad con María José Garzón es algo que va más allá del suplicio de tener que vivir al máximo la Navidad. Es una cuestión de principios, aunque me fastidie.
Y vaya si me fastidia...
2/3
Coockischispitas
Xoxo
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Imperfectas Navidades | CACHÉ
RomanceDaniela Calle odia la Navidad. Y a María José Garzón. María José odia que Daniela sea tan testaruda, orgullosa y rencorosa. Y también odia que ella se empeñe en hacerle la vida difícil sin importarle que sea su jefa. Nora y Carlos, abuelos de María...