CAPITULO 52.

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DANIELA.

No voy a poder con esto. Lo sé desde el mismo instante en que los abuelos de Poché lo proponen y, cuando su abuela habla, tan emocionada y agradecida, sé que me viene grande.

Todo me viene grande. Estar aquí, la situación, la actividad y ella..., ella y su mirada perdida. La odio por no haberme escrito ni buscado desde ayer, pero me odio más a mí misma por permitir que me duela de un modo tan penetrante. Lo único que me consuela es tener a Snow tumbado en mi regazo, como si sintiera que estoy a punto de desbordarme, otra vez.

—A mí, a mí. ¡Me toca a mí! —exclama Lucía, que le pasa el teléfono a Carmen para que la grabe—. Cuidado con no cortar el directo.

Carmen la mira como si quisiera cortarla a ella por la mitad.

—Habla de una vez, niña —le dice.

—Bueno, yo quiero dar las gracias porque, desde que trabajo en este hotel, no he dejado de sentir que se me valora y se me escucha en todo lo que propongo. No es que todo sea perfecto, pero reconozco que soy muy feliz por los jefes que tengo y espero que la jefa Poché, cuando le toque, lo haga igual de bien, o me tocará empezar a quejarme. Gracias también a todos mis compañeros por haberse prestado a hacer de este nuestro hotel un gran hogar.

—Por un momento, pensé que iba a decir Gran Hermano —dice Sebas. —Hubiese sido más lógico —añade alguien riendo.

—Bueno, ya vale —dice la abuela para poner orden—. ¿Quién va ahora?

—Creo que quiero ser yo. —A mi lado, Andrea sonríe y carraspea, un tanto nerviosa—: Bueno, ya sabéis todos que estoy esperando un bebé, aunque es muy pronto y me da un poco de miedo, pero... En fin, lo que quería decir no era eso, sino que doy las gracias por tener una familia a la que adoro y unas hijas maravillosas. —Su mano se enreda con la mía por debajo de la mesa y siento tantas ganas de llorar por lo mucho que la quiero que solo puedo mirar mi plato y apretarle los dedos a mi vez—. También quiero dar las gracias por el mes que hemos vivido. Creo que el Hotel Garzón necesitaba este cambio para bien y me alegra ver que las relaciones, en general, son mucho mejores ahora.

Nora y Carlos le dan las gracias con una sonrisa y dan paso al resto de los trabajadores. Uno a uno, van agradeciendo cosas sin ton ni son. Poché se mantiene callada y yo, también. Al final, cuando mi padre se endereza a mi otro lado, sé que va a hablar.

Me pongo tensa. No le he contado lo ocurrido con Poché, pero es un hombre muy listo y, además, esta mañana me ha pillado llorando, así que solo ha tenido que sumar dos más dos.

—Doy las gracias por la vida que tengo. Un trabajo que me gusta, unas hijas a las que adoro y una esposa maravillosa. Y por todas las personas que quieren a mi familia y son buenas con ella. Y doy las gracias por las cucarachas que saben retirarse a tiempo.

Agradezco no estar bebiendo nada, porque lo habría escupido o me habría atragantado. Miro a mi padre con los ojos como platos, nadie entiende nada, salvo Poché, que lo mira a su vez con una expresión que ni siquiera podría describir ahora mismo.

—Gracias, querido —dice la abuela Nora un tanto desconcertada. No es para menos—. Daniela, cariño, ¿quieres seguir tú? Eres la que falta de tu familia.

Las miradas se centran en mí y me muerdo el labio. Mierda. No me siento agradecida por nada ahora mismo, para ser sincera. Sé que sería muy bonito y maduro dar las gracias por las cosas buenas que hay en mi vida, que las hay, pero en este instante, en lo único en que puedo pensar es en que he pasado muchos días rompiendo barreras para poder confiar de nuevo en Poché y ella, una vez más, me ha echado de su vida en Navidad.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora