DANIELA.
9 de diciembre
El frío de Central Park me deja helada hasta los huesos. La mayoría de la gente a la que se lo digo me dice que no, pero yo sostengo que en Central Park siempre hace mucho más frío que en el resto de la ciudad. Serán los árboles, la tierra sin asfaltar o yo qué sé. Claro que, con toda probabilidad, también se debe a la nieve que no deja de caer.
Me alegra que los abuelos de Poché no hayan venido. La actividad de hoy es pasear juntos, pero el tiempo no está para pasear. El tiempo solo está para quedarse en casa con un libro, una mantita y un café caliente entre las manos.
Las que sí que han venido son Carmen y las chicas que, sorprendentemente, están charlando de un modo muy amigable. Por lo visto, las actividades sí que han hecho mella en ellas, porque parecen llevarse mejor y no creo que sea fingido. Carmen preferiría morirse antes que fingir nada.
En realidad, me guste o no reconocerlo, las actividades han servido para que los empleados del hotel implicados de un modo u otro vayan a trabajar con otro ánimo. Muchos llegan comentando cuál será la que toque ese día en concreto; parecen ilusionados o, como mínimo, expectantes.
Todos parecen haber mejorado y asimilado todo esto del calendario. Todos menos Poché y yo.
—Hoy estás inusualmente callada.
La miro un segundo. Lleva un gorro verde botella con un pompón blanco que le tejió Andrea hace años. Aunque ya no nos soportemos, es bonito que lo siga usando. También se ha puesto una bufanda, un abrigo que abulta bastante, zapatillas y los vaqueros. Está guapa, pienso. Y luego me arrepiento de haberlo pensado y me flagelo tanto como me es posible.
Desvío mi mirada de ella y la centro en Carmen, que está riéndose del ángel de nieve que ha hecho una de las chicas. Hace solo un mes eso era algo impensable, así que la señalo con la cabeza y vuelvo a mirar a Poché.
—¿Crees que fingen? —pregunto con franqueza.
—No lo sé —admite—. ¿Tú qué crees?
Me ajusto mi gorro, calándomelo más aún en un intento de salvarme del frío.
También me lo tejió Andrea, pero es de colorines, en vez de verde. Me froto la nariz, que tengo helada y seguramente tan roja como la de Poché, que casi parece Rudolf. Estoy a punto de decírselo, pero me doy cuenta de que eso es algo que habría hecho en el pasado. En el presente mis bromas con ella no existen. Ella quiso que fuera así, de modo que me ciño a nuestra conversación.
—Creo que fingen muy bien para que toda esta pantomima acabe —miento, porque no veo a Carmen fingiendo nada.
—Eso es un poco sádico, ¿no? —pregunta Poché—. Aunque te pega.
—No es sádico. ¿De verdad crees que personas que tienen tan mala relación de trabajo pueden llevarse bien por hacer tres chorradas navideñas?
—¿Por qué no?
Boto de rabia. No sé por qué. Bueno, sí lo sé. Me pasa siempre que ella habla de la Navidad como si no pasara nada. Como si se hubiera olvidado de todo lo ocurrido.
—Porque la Navidad es una chorrada inventada por los grandes almacenes, ¿o no era eso lo que tú mismo solías decir?
Poché inspira por la nariz y, al exhalar, un vaho blanco sale de su boca dejando constancia del frío que tiene. Se mete las manos en los bolsillos de su anorak y encoge los hombros.
—¿Qué quieres que te diga, Daniela? ¿Quieres que pida perdón por lo que pensaba hace unos años? Era una adolescente que sufría por la pérdida de sus padres. Perdona si me puse un poco dramática.
Me río, pero no es una risa de humor. Es una risa de rabia, de aspereza, de cansancio, también.
—Ya lo estás haciendo otra vez.
—¿El qué?
—Excusar tu comportamiento y dejarme a mí de exagerada. Evadir e ignorar el daño que hiciste como si no importara porque estabas atravesando una situación difícil.
—¿Difícil? Difícil es suspender un examen, tener un día de mierda o que se te pinche una rueda. Que se te mueran tus padres en un accidente es algo que te marca de por vida.
Aprieto los dientes, porque odio todo esto. Odio que ella me haga sentir, una vez más, como si fuera una chica caprichosa o egoísta. Odio que, cada vez que nos acercamos para tener una conversación, por mínima que sea, la chispa acabe saltando y nos distanciemos con más fuerza. Odio que piense que a mí no me afectó nada de aquello. No eran mis padres, obviamente, pero también sufrí su pérdida. Y luego ella me echó de su vida de la peor forma...
—Tengo una nota que leer —dice Sebas interrumpiendo mis pensamientos.
—¿Una nota? —pregunta Poché.
—Me la dieron tus abuelos antes de salir porque soy un gran chico en el que se puede confiar. Lo dijeron ellos. —Su sonrisa es tan orgullosa que pongo los ojos en blanco.
—Lee la nota de una vez —le digo impacientándome.
Él se la saca del abrigo, la desdobla y lee:
—«Mañana la actividad consistirá en asistir a una fiesta de disfraces navideños en casa. Cenaremos juntos, así que venid con hambre y ganas de pasar un buen rato de convivencia».
—¡Una fiesta de disfraces! —grita entusiasmada una de las chicas—. Será genial, aunque espero encontrar algo esta tarde para ponerme.
—Sí, Nora y Carlos me dijeron que, pasada una hora de paseo, debía leer la nota y luego dejaros libres —aclara Sebas—. Recordad: ¡mañana tenéis que ir disfrazados!
—Genial, justo lo que necesitaba —murmuro antes de emprender el camino de vuelta a casa con paso firme. Al menos el maldito paseo se ha acabado.
En lo que a mí respecta, la actividad está hecha, he paseado por el maldito Central Park y tengo cosas más importantes que hacer, como visitar un nuevo inmueble al que, por fortuna, Poché no viene.
Subi muchitos!
Xoxo
Cookiechispitas
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Imperfectas Navidades | CACHÉ
Lãng mạnDaniela Calle odia la Navidad. Y a María José Garzón. María José odia que Daniela sea tan testaruda, orgullosa y rencorosa. Y también odia que ella se empeñe en hacerle la vida difícil sin importarle que sea su jefa. Nora y Carlos, abuelos de María...