CAPITULO 43.

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POCHÉ.

20 de diciembre

Me despierto animada. En realidad, no me recordaba a mí misma así de animada desde... Pues no sé, desde que era niña y me ilusionaba la mañana de Navidad, por ejemplo. Quizá sea el ambiente que se respira en el aire. No es que quiera ser un cursi de esos que van diciendo que hay algo en las calles de Nueva York que hace que se respire la Navidad, pero negar que la ciudad se lo trabaja mucho para que puedas hacer un ejercicio de inmersión sería de tontos y yo no soy tonta. O intento no serlo.

En cualquier caso, estoy animada, sobre todo porque mañana Daniela y yo tenemos día libre en el trabajo y he pensado proponerle que lo pasemos juntas. Tal vez podamos ir a mirar muebles para su estudio o, no sé, pasear sin más. Lo que ella prefiera, pero juntas.

Parece mentira que solo haya pasado una semana desde que tuvimos cierta tregua. Joder, es que los días han pasado demasiado rápido desde que nos propusieron el calendario y, al mismo tiempo, ha sido como si fueran eternos.

Entro en el hotel y lo primero que me encuentro es a Lucía con gafas de sol. Lo sorprendente no es eso, pues me imagino que tiene algo de resaca por lo de anoche, aunque no será ni siquiera parecida a la que tiene Sebas. No, lo curioso es que no hay ni rastro de su teléfono a la vista.

—Necesito un descanso de mínimo dos horas. No me juzgues —me dice antes de que yo pueda hablar.

—Buenos días.

—Lo serán para ti.

—Bien, alguien necesita café.

—Si no vas a traerlo, es mejor que no sigas hablando.

Me río y voy a la cocina. En realidad, a veces me pregunto si también será así cuando yo sea la jefa principal. Sé que ya llevo el negocio prácticamente sola, pero los empleados más antiguos, como Lucía, Sebas o Daniela sienten que les deben el máximo respeto a mis abuelos y que ellos son la autoridad más alta, porque así es. Me pregunto si eso cambiará cuando solo esté yo, no porque quiera que lo haga, sino todo lo contrario. Creo que, pese a todo, hemos conseguido hacer funcionar el hotel y, aunque tenemos problemas, como todo el mundo, hay una dinámica que funciona bien, incluso para admitir los vídeos de Lucía o las locuras de mis abuelos. Es como si fuéramos una gran familia dispuesta a hacer funcionar esto y espero que siga siendo así cuando me toque tomar las riendas de forma definitiva, sobre todo porque intuyo que eso será cuando uno de mis abuelos o los dos falten y sé, de antemano, que no voy a ser una persona fácil de tratar.

Consigo café para Lucía y para mí y, al volver, me encuentro con que Daniela ya está en su puesto, así que le cedo mi taza.

—Oh, necesitaba esto —murmura dando un sorbo—. Buenos días.

Sonrío por respuesta, o al menos lo hago hasta que oigo el bufido de Lucía. 

—Venga, gruñona, para ti también hay.

Ni siquiera me da las gracias. Tomo nota para decirle, cuando se le pase el mal humor, que si no sabe beber, no beba. Me mandará a la mierda, pero al menos no podrá excusarse luego en la resaca.

El turno es entretenido, sobre todo si te gusta amargarte la existencia con papeleo y burocracias que hay que dejar finalizadas antes de terminar el año sí o sí. Y no digo más, porque tengo la sensación de que se me pasan los días quejándome de un trabajo que me gusta, porque me gusta. Lo que no me gusta es acabar el año.

Subo al apartamento de mis abuelos y, esta vez, sí que hay bastante gente, incluidos Germán y Andrea. Busco a Daniela con la mirada, pero está entre Faith y Carmen hablando de algo que parece superinteresante, así que pillo sitio al lado de Sebas, que está sentado en un sillón intentando disimular que le encantaría estar muerto antes que aquí o en cualquier otro sitio que no sea su cama.

Imperfectas Navidades | CACHÉDonde viven las historias. Descúbrelo ahora