Hector Fort

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Era primavera, y las flores estallaban en colores vivos en cada rincón de la ciudad. Con el sol acariciando suavemente mi rostro, me dirigí a nuestro lugar especial: el pequeño café en la esquina donde nuestras risas se mezclaban con el aroma del café recién hecho. Allí, en una mesa junto a la ventana, esperaba a Héctor.

Cuando entró, una sonrisa se dibujó en su rostro, iluminando mi mundo. Nos abrazamos, compartiendo ese cálido abrazo que transmitía la familiaridad de una conexión profunda.

— Héctor, ¿puedes creer que ya han pasado dos años desde que nos conocimos en aquel concierto? —comenté, sintiendo una mezcla de nostalgia y gratitud.

Él rió, sus ojos brillando con complicidad. — Dos años llenos de momentos increíbles a tu lado. ¿Recuerdas cómo nos encontramos?

Asentí, recordando la magia de esa noche. — Sí, estabas buscando el stand de los baños y terminaste en la fila para los nachos. Me acerqué pensando que también querías nachos y resulta que ambos estábamos perdidos.

Nos sentamos y comenzamos a rememorar esos primeros encuentros. Hablamos de cómo nuestras vidas se entrelazaron de manera inesperada, como si el destino nos hubiera guiado hacia este momento.

— ¿Alguna vez imaginaste que dos años después estaríamos aquí, compartiendo nuestras vidas de esta manera? —preguntó Héctor, sosteniendo mi mano.

Sonreí, sintiendo el calor reconfortante de su piel contra la mía. — No, nunca imaginé que encontraría a alguien como tú. Pero estoy agradecida de que así sea.

A lo largo de la tarde, la conversación se deslizó suavemente entre anécdotas y risas. Hablamos de sueños y metas, compartimos nuestras inseguridades y apoyamos los anhelos del otro. Héctor reveló sus planes de viajar y explorar nuevos horizontes, y yo compartí mi deseo de dedicarme a la fotografía.

— Imagina todas las fotos que podríamos tomar juntos en nuestros viajes —comentó, mirándome con esos ojos llenos de emoción.

La idea de explorar el mundo junto a él era emocionante. Nos imaginamos caminando por calles desconocidas, capturando momentos mágicos y construyendo recuerdos que atesoraríamos para siempre.

— ¿Te imaginas, Héctor, cómo sería nuestro futuro? —pregunté, dejando que la pregunta flotara en el aire.

Él reflexionó por un momento antes de responder. — Veo días llenos de risas, aventuras y apoyo incondicional. Veo un futuro donde construimos algo sólido juntos, algo que crece con el tiempo.

Nuestras manos se entrelazaron aún más fuerte, como si estuviéramos sellando un pacto invisible. El amor entre nosotros era palpable, una conexión que se fortalecía con cada palabra compartida.

La tarde se desvaneció en la suave luz del atardecer, y mientras nos levantábamos para irnos, Héctor me miró con ternura.

— Gracias por estos dos años increíbles. No puedo esperar para vivir muchos más contigo.

Con una sonrisa, respondí: — Gracias a ti por hacer que cada día sea especial. Estoy lista para seguir escribiendo esta historia de amor contigo.

El verano llegó con su cálido abrazo, y Héctor y yo decidimos emprender una aventura que sería el capítulo más vibrante de nuestra historia juntos. Planeamos un viaje por carretera, explorando paisajes desconocidos, deteniéndonos en pequeños pueblos y descubriendo la magia de los momentos compartidos en la carretera.

Mientras conducíamos, la música jugaba un papel fundamental en nuestra travesía. Canciones que se volvieron himnos de nuestro amor, creando una banda sonora única para nuestros recuerdos. Nos detuvimos en miradores que ofrecían vistas impresionantes, capturando cada puesta de sol y amanecer como si fueran tesoros efímeros.

— Recuerdo cuando escuchamos esta canción por primera vez juntos —mencionó Héctor mientras una melodía nostálgica sonaba en la radio. Me miró con una chispa de cariño en sus ojos—. Cada vez que la escuchemos, recordaremos este viaje.

Cada día nos sumergíamos más en la belleza de la naturaleza y la conexión que compartíamos. Había algo mágico en perderse en carreteras sinuosas, donde el único destino era el próximo rincón por descubrir.

En una tarde radiante, mientras explorábamos un pequeño pueblo costero, nos encontramos con una feria local. Ríos de colores brillantes y el aroma a algodón de azúcar llenaban el aire. Nos sumergimos en la diversión de los juegos y las atracciones, riendo como niños enamorados.

— ¿Te imaginas vivir en un lugar así? —pregunté mientras caminábamos por un muelle con vistas al océano.

Héctor me rodeó con sus brazos y contemplamos el horizonte juntos. — Sería un sueño, ¿verdad? Tal vez algún día podamos hacerlo realidad.

A medida que el sol se ponía, nos sentamos en la playa, con las olas susurrando historias antiguas y el cielo pintándose con tonos cálidos. Héctor tomó mi mano y comenzó a hablar sobre sus sueños, sus aspiraciones y cómo veía nuestro futuro juntos.

— Quiero construir una vida contigo, llena de amor y aventuras. No sé dónde nos llevará el camino, pero quiero caminarlo contigo de la mano.

Sus palabras resonaron en mi corazón, y supe que estábamos escribiendo un capítulo fundamental de nuestra historia. Hablamos sobre compromisos y metas compartidas, y cada palabra se convirtió en una promesa silenciosa de apoyo incondicional.

El regreso a casa marcó el final de nuestra aventura por carretera, pero también el comienzo de un nuevo capítulo en nuestra relación. Nos dimos cuenta de que cada viaje, cada experiencia compartida, era un tesoro que fortalecía nuestro lazo.

Los días se deslizaron como el agua de un río tranquilo, y aunque la rutina regresó, nuestra relación floreció con la riqueza de las experiencias compartidas. Héctor y yo continuamos explorando el mundo, construyendo recuerdos y alimentando el amor que se había convertido en el pilar de nuestra historia. Juntos, nos dimos cuenta de que la verdadera belleza estaba en la manera en que elegíamos enfrentar cada día, con amor, risas y la promesa de muchos más capítulos juntos.

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