El sonido de la puerta cerrándose detrás de mí resonó en el silencio del apartamento. Estaba oscuro, con solo la luz tenue de la luna colándose a través de las persianas entreabiertas. Pedri estaba sentado en el sofá, la cabeza gacha y las manos entrelazadas en su regazo, como si estuviera reuniendo el valor para lo que estaba por venir.
Habían pasado dos semanas desde nuestra última pelea, dos semanas de silencio que se sentían como una eternidad. Durante ese tiempo, traté de seguir adelante, de alejarme del caos emocional que él traía consigo, pero no podía dejar de pensar en él. Era como si una parte de mí estuviera siempre atada a él, sin importar cuánto intentara liberarme.
—Sabía que vendrías —dijo, su voz apenas un susurro, rompiendo la quietud.
Me quedé en la entrada, observándolo, intentando descifrar sus pensamientos. Él no me miraba, su atención fija en un punto indeterminado del suelo. Había algo en su postura, en la forma en que sus hombros caían hacia adelante, que me hizo dudar.
—No estoy aquí para seguir peleando, Pedri —respondí, tratando de mantener mi tono neutral—. Estoy aquí porque no puedo seguir ignorando lo que somos.
Él levantó la mirada, y por un momento, vi todo el dolor y la confusión que también sentía. No éramos buenos juntos, pero tampoco sabíamos cómo ser felices separados. Estábamos atrapados en una relación que nos hacía daño, pero cada intento de dejarlo atrás solo nos llevaba de vuelta al mismo lugar.
—Lo sé, ______. Pero no sé cómo cambiarlo —dijo, su voz quebrándose ligeramente—. No sé cómo hacer que esto funcione, o cómo dejarte ir.
Me acerqué y me senté a su lado, sintiendo la distancia emocional que nos separaba, a pesar de estar a solo unos centímetros el uno del otro.
—Estamos atrapados en un ciclo que no podemos romper —murmuré, más para mí que para él—. Y duele, Pedri. Nos estamos haciendo daño, y cada vez que intentamos arreglarlo, solo terminamos empeorando las cosas.
Pedri cerró los ojos, como si mis palabras fueran una carga más que debía soportar. Sabía que lo que estaba diciendo era cierto, pero también sabía que no podíamos simplemente apagar lo que sentíamos. Había demasiada historia entre nosotros, demasiados recuerdos, buenos y malos, que nos ataban.
—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó finalmente, su tono lleno de resignación—. ¿Cómo dejamos de lastimarnos sin alejarnos?
Quise darle una respuesta, pero no la tenía. No sabía cómo salir de este círculo vicioso en el que estábamos atrapados. Cada vez que estábamos juntos, el mundo parecía un poco más brillante, pero ese brillo siempre se desvanecía, dejando solo la oscuridad detrás.
—Tal vez... —empecé a decir, pero las palabras se atascaron en mi garganta. Suspiré, recogiendo fuerzas para continuar—. Tal vez necesitamos tomar distancia, Pedri. No una ruptura definitiva, pero sí tiempo para entender qué es lo que realmente queremos, lejos de todo esto.
Lo vi tensarse, su mandíbula apretándose mientras procesaba mis palabras. Sabía que la idea de estar separados lo asustaba tanto como a mí, pero también sabía que no podíamos seguir así, en un ciclo interminable de peleas y reconciliaciones que nos estaban destruyendo.
—¿Distancia? —repitió, su tono incrédulo—. ¿Eso es lo que quieres, ______? ¿Alejarte de mí?
—No quiero alejarme de ti, Pedri —le corregí suavemente—. Quiero encontrar una manera de estar contigo sin que nos destruyamos mutuamente. Pero para hacer eso, necesitamos espacio, necesitamos claridad. No podemos seguir actuando por impulso, volviendo a lo mismo una y otra vez.
Pedri se quedó en silencio, y por un momento temí que no estuviera dispuesto a considerar lo que le estaba sugiriendo. Pero entonces asintió lentamente, como si estuviera resignándose a algo que no podía evitar.
—Está bien —dijo finalmente—. Si crees que eso es lo mejor, lo intentaremos. Pero prométeme que no te vas a alejar para siempre. Prométeme que esto es solo un tiempo, no un adiós definitivo.
Sentí un nudo en la garganta mientras lo miraba, y asentí, aunque no sabía si podía cumplir esa promesa. No sabía qué nos depararía el futuro, pero en ese momento, era lo único que podía ofrecerle.
—Lo prometo —susurré, sabiendo que era una promesa que ambos queríamos creer.
Nos quedamos allí, en silencio, sin saber cómo despedirnos de la manera correcta. Había tantas cosas que queríamos decir, tantas emociones reprimidas que luchaban por salir, pero nos mantuvimos en silencio, atrapados en la tristeza de la despedida.
Finalmente, me levanté y me dirigí hacia la puerta, sintiendo su mirada en mi espalda. Justo antes de salir, me detuve y giré para mirarlo una última vez.
—Cuídate, Pedri —dije, mi voz temblando ligeramente—. Esto no es el fin. Solo un nuevo comienzo, para ambos.
Él asintió, con los ojos brillantes de emociones contenidas.
—Lo mismo para ti, ______. Espero que encuentres lo que estás buscando.
Salí del apartamento con el corazón pesado, sabiendo que la distancia era necesaria, pero sintiendo que dejaba una parte de mí atrás. Caminé por las calles vacías, el aire fresco de la noche enfriando mis pensamientos, y me di cuenta de que no sabía qué me esperaba más allá de este punto.
Pero una cosa era segura: a pesar de todo, Pedri siempre sería parte de mí. Y mientras no podía predecir el futuro, sabía que, de alguna manera, nuestros caminos se cruzarían de nuevo. Porque algunos amores, por más dañinos que sean, simplemente no se pueden olvidar.