Mis padres siempre habían sido estrictos. No lo suficiente como para sofocarme, pero lo justo para que supiera que ciertas cosas simplemente no se permitían en nuestra casa. Y, en su lista de prohibiciones, salir con un futbolista, especialmente uno con tatuajes y un pasado complicado, estaba en la cima.
Por eso, cuando conocí a Alejandro Garnacho, supe que estaba caminando por una cuerda floja. Él era todo lo que mis padres temían: joven, talentoso, con una carrera ascendente en el Manchester United, tatuajes que contaban historias de su vida en la piel, y un bebé con su ex. Todo en él gritaba problemas... y sin embargo, no pude evitar sentirme atraída por esa mezcla de vulnerabilidad y fuerza que lo hacía único.
—¿Estás segura de esto? —me preguntó Alejandro, su voz baja mientras caminábamos por una calle oscura y casi desierta de Mánchester.
Nos habíamos visto en su coche en un aparcamiento vacío, lejos de los ojos curiosos. Mis padres creían que estaba en casa de una amiga estudiando, como había hecho tantas veces antes, y me sentía culpable por cada mentira que les había dicho. Pero cada vez que estaba con él, todo eso desaparecía.
—No lo sé, Ale —respondí sinceramente, deteniéndome bajo la luz tenue de una farola—. A veces siento que estoy haciendo algo mal, algo que podría destruirlo todo.
Él suspiró y se acercó, sus dedos rozando los míos, creando un puente entre nuestras dudas y la realidad de lo que sentíamos.
—Entiendo lo que sientes, _____. —Dijo, mirándome con esa mezcla de intensidad y ternura que siempre me desarmaba—. No quiero complicarte la vida. Lo último que quiero es que te lastimes por estar conmigo.
—No es solo eso, Ale. —dije, dejando escapar todo lo que había estado acumulando en mi interior—. Es la presión de estar contigo, de saber que mis padres no lo aprobarían nunca. Ellos... simplemente no entenderían. No pueden ver más allá de la imagen que tienen en la cabeza.
Él asintió, apartando la mirada un momento. Sabía que entendía mejor que nadie. Alejandro había pasado gran parte de su vida siendo juzgado por sus decisiones, por su apariencia, por su pasado. Su carrera en el fútbol, su hijo con su ex, sus tatuajes... todo formaba parte de él, y había aprendido a cargar con esas etiquetas.
—Lo sé —dijo suavemente—. Y créeme, _____, desearía que las cosas fueran diferentes. Pero no puedo cambiar lo que soy, ni lo que he hecho. Solo puedo prometerte que lo que siento por ti es real, y que quiero hacer esto bien, aunque sea complicado.
Mi corazón se apretó al escuchar sus palabras. Sabía que no estaba diciendo todo lo que sentía; Alejandro no era del tipo que se abría fácilmente, pero sus acciones hablaban por él. Sabía que lo que teníamos era real, aunque fuera en secreto, y aunque el mundo nunca lo supiera, al menos por ahora.
—No quiero que cambies, Ale —le dije, apretando su mano con más fuerza—. Me gustas tal como eres, con todo lo que eso implica. Solo que... es difícil cuando tienes que esconder lo que sientes, cuando tienes que vivir con miedo de ser descubierta.
—Lo sé, _______ Y eso es lo que más me duele —confesó, su voz cargada de frustración—. Sé que no es justo para ti. Sé que mereces algo mejor, algo más fácil. Pero soy egoísta, y quiero que sigas aquí, conmigo, aunque sea en estas circunstancias.
Nos miramos en silencio, dejando que la gravedad de sus palabras se asentara entre nosotros. Sabía que tenía razón. Merecía algo más sencillo, una relación que no estuviera plagada de secretos y mentiras, pero al mismo tiempo, sabía que no quería estar con nadie más.
—Quiero intentarlo, Ale —dije finalmente, tomando una decisión que sabía que cambiaría todo—. No sé cómo, pero quiero seguir contigo. A pesar de todo. A pesar de lo difícil que pueda ser. Porque lo que siento por ti no se va a desvanecer solo porque las cosas no son fáciles.
Una chispa de alivio cruzó sus ojos, y su mano se movió para acariciar mi mejilla con una suavidad que contrastaba con su apariencia. Podía sentir el latido de su corazón en la yema de sus dedos, y supe que, al menos por ahora, esto era suficiente.
—Gracias, mi amor—murmuró, su voz cargada de una emoción que rara vez dejaba salir—. Por no rendirte. Por darnos una oportunidad, incluso cuando todo parece estar en nuestra contra.
**—No te voy a dejar, amor —respondí, mirándolo a los ojos—. No mientras sigamos queriendo lo mismo. Podemos enfrentarnos a lo que venga, siempre que lo hagamos juntos.
Nos acercamos, dejando que el silencio hablara por nosotros mientras compartíamos un beso bajo la tenue luz de la calle. Fue un beso cargado de promesas, de la esperanza de que algún día podríamos vivir nuestro amor a plena luz del día, sin miedo, sin mentiras. Pero hasta que ese día llegara, sabíamos que tendríamos que luchar por lo que teníamos, enfrentando cada obstáculo que se interpusiera en nuestro camino.
Porque aunque todo parecía estar en contra de nosotros, la verdad era que nada podía detener lo que sentíamos. Ni las opiniones de los demás, ni nuestros propios miedos. Por ahora, eso era suficiente para seguir adelante, un paso a la vez, en este amor que nacía entre sombras.