Las luces del club parpadeaban al ritmo de la música, creando una atmósfera frenética que parecía hacer eco de mi propio caos interno. Me movía por el lugar, entre risas y murmullos, buscando distraerme con la compañía de un nuevo chico que apenas conocía. Su nombre era Eric, y era encantador, en el sentido más superficial de la palabra. Pero mientras me esforzaba por parecer interesada, no podía evitar que mis pensamientos se desviaran hacia el pasado, hacia João.
Había pasado dos años desde que rompimos y la herida aún seguia ahí , sin cicatrizar del todo. La separación no había sido tranquila; éramos tóxicos el uno para el otro, un ciclo interminable de amor y dolor que no sabíamos romper. Y mientras me esforzaba por olvidar, João parecía haber seguido adelante con la misma intensidad con la que había vivido nuestra relación.
Esa noche, mientras observaba a Eric desde la distancia, vi algo que me hizo detenerme en seco. João estaba en el centro de la pista de baile, rodeado de amigos y con una chica, moviéndose al ritmo de la música con una libertad y desinhibición que me hizo sentir un nudo en el estómago. La chica tenía una expresión de completa devoción mientras bailaba contra él, y el gesto parecía tan íntimo, tan excluyente.
Mi corazón latía con fuerza mientras me acercaba, incapaz de contener la rabia que se acumulaba en mi pecho. Sabía que no debería hacerlo, pero el impulso era demasiado fuerte. La música parecía desvanecerse a medida que me acercaba a ellos, y el mundo se reducía a esa confrontación que estaba a punto de explotar.
—¿No tienes suficiente con destruirme? —le solté, mi voz llena de frialdad mientras me plantaba frente a João.
Él levantó la vista, y la sorpresa en sus ojos se transformó rápidamente en una mezcla de culpa y enojo.
— ______, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó, claramente incómodo.
La chica se apartó lentamente, mirándome con una mezcla de curiosidad y desdén.
—Solo vine a divertirme, pero parece que la diversión no se limita solo a mí —respondí, mi tono cortante—. ¿Esta es la nueva forma en que tratas de seguir adelante? ¿Montando espectáculos en cada esquina?
João se levantó, su mirada fija en la mía, la tensión palpable.
—¿De verdad tienes que hacer esto aquí, ______? ¿En medio de todo? —dijo, su voz cargada de frustración.
—No es mi culpa si tu vida se convierte en un espectáculo cada vez que abres los ojos —le contesté, sin poder contener el resentimiento—. Me das asco, João. Me dejaste para irte con la primera chica que encontraste, y luego te presentas aquí como si todo estuviera bien.
Él se acercó a mí, su expresión cambiando a una mezcla de desafío y desdén.
—¿Ah, sí? ¿Y qué pasa con tus historias de salir con cualquier tipo que se cruce en tu camino? ¿Crees que eso no me afecta? —su tono era ácido, hiriente—. No somos mejores el uno que el otro, ______. Solo estamos atrapados en un ciclo interminable de mierda.
Sentí cómo el dolor se transformaba en rabia, una oleada de emociones que me impulsaba a reaccionar.
—¡Eso es porque nunca supiste lo que querías! —grité—. Y tú eres el que siempre está buscando reemplazos, tratando de llenar el vacío que dejamos. Pero no lo lograrás, João. No lo lograrás nunca.
Los demás en el club comenzaron a mirarnos, creando un círculo alrededor de nuestra disputa. La chica con la que estaba João claramente incómoda se fue, dejándonos en el centro de la tormenta.
—¿Y tú qué? ¿Crees que tus salidas y tus relaciones superficiales te hacen mejor que yo? —me desafió, acercándose aún más—. Tú también estás jodida, _____. Solo intentas llenar el vacío con distracciones mientras yo hago lo mismo.
Nos miramos, el odio y el dolor reflejados en nuestros rostros. El ambiente a nuestro alrededor seguía girando, pero nosotros estábamos congelados en una confrontación que parecía no tener fin.
—Sabes qué —dije finalmente, sintiendo una mezcla de derrota y resignación—. Olvidemos esto. No sirve de nada seguir así.
João asintió lentamente, su rostro cansado y derrotado.
—Tienes razón —murmuró—. Solo sigamos con esto. Lo que sea que esto sea.
Nos dimos la vuelta y salimos del club en silencio, la tensión aún palpable entre nosotros. A pesar de todo, sabíamos que la noche no terminaría aquí. Caminamos hasta mi piso sin decir una palabra, el silencio entre nosotros tan pesado como el pasado que compartíamos.
Cuando entramos, el ambiente era diferente, cargado de una mezcla de familiaridad y desesperación. Sin decir una sola palabra más, nos dirigimos a la cama. Sabíamos que nuestro ciclo no podía romperse de manera sencilla. La pasión y el dolor se entrelazaban de una manera que nos hacía incapaces de alejarnos, aunque quisiéramos.
—No sé por qué hacemos esto —dije mientras nos desnudábamos, la voz temblando de emoción y tristeza.
—Yo tampoco —respondió João, con una sinceridad que dolía—. Pero aquí estamos.
Nos acostamos juntos, el calor de nuestros cuerpos combinándose en una danza de necesidad y desilusión. No hablamos más, simplemente nos dejamos llevar por la familiaridad del contacto, el consuelo efímero de estar juntos, aunque supiéramos que al despertar, el ciclo seguiría.
Y así, en el abrazo de la noche, nos dejamos llevar, incapaces de romper el círculo tóxico que mantenía nuestra conexión viva, aunque nos hiciera daño.