Pedri y yo siempre hemos tenido una historia complicada, de esas que nunca parecen tener un punto final, como un libro cuyas páginas siguen apareciendo de la nada. Nos conocimos cuando éramos solamente unos adolescentes, en un partido de barrio. Él ya era una promesa, y yo... bueno, yo era solo ______.
La primera vez que hablé con Pedri fue después de ese partido. Estábamos sentados en la acera, exhaustos, y él me ofreció un refresco, algo tan simple que parecía insignificante, pero que marcó el inicio de todo.
—¿Siempre juegas así de bien? —le pregunté, tratando de sonar despreocupada.
—Solo cuando quiero impresionar a alguien —respondió él, con esa sonrisa tímida que desde entonces me persigue en sueños.
Durante años, nuestra relación fue un ir y venir constante. Yo seguía mi vida, intentando encontrar mi lugar en el mundo, mientras él ascendía en su carrera como una estrella en ascenso en el FC Barcelona. Cada vez que salía al campo, veía a miles de personas gritar su nombre, pero cuando estábamos juntos, parecía que solo existíamos nosotros dos.
A pesar de todo, nunca fuimos una pareja en el sentido tradicional. Había días en los que lo amaba con una intensidad que asustaba, y otros en los que lo odiaba por ser tan distante, tan difícil de alcanzar. Era como si Pedri perteneciera a un mundo diferente, uno que yo nunca podría comprender del todo.
—_______, sabes que nunca quise hacerte daño —me decía, en esos momentos en los que parecía que todo se derrumbaba.
—Lo sé, Pedri. Pero a veces me pregunto si este es el precio que tengo que pagar por amarte —le respondía, sintiendo el peso de mis palabras.
Había veces que Pedri desaparecía por semanas, atrapado en la vorágine de entrenamientos, partidos y viajes. Y cuando volvía, intentábamos reconstruir lo que quedaba de nosotros, con conversaciones a media noche y promesas que sabíamos que no siempre cumpliríamos.
—_______, no sé si pueda hacer esto por mucho tiempo —me confesó una noche, mientras estábamos tumbados en la terraza de mi apartamento, mirando las estrellas.
—¿El qué? —le pregunté, temiendo la respuesta.
—Pretender que mi vida fuera del campo no me afecta. Que no me importas lo suficiente como para dejar todo por ti.
Su declaración me dejó helada. Era lo más sincero que había sido en mucho tiempo, y me dolía porque sabía que yo tampoco podía pedirle que renunciara a todo lo que había logrado por mí.
—No te pediría eso, Pedri. Nunca. Solo quiero que sepas que estoy aquí, mientras ambos lo queramos —le dije, sabiendo que esa era la única verdad que podía ofrecerle.
Los días se convirtieron en meses, y los meses en años. Hubo rupturas, reconciliaciones y largas pausas en nuestra historia, pero siempre encontrábamos el camino de regreso el uno al otro. Pedri siempre decía que yo era su refugio, la única constante en una vida llena de cambios vertiginosos. Pero yo me preguntaba si sería suficiente, si podríamos seguir así sin rompernos del todo.
—_______, a veces siento que te estoy pidiendo que esperes demasiado tiempo —me dijo un día, justo antes de uno de sus partidos más importantes.
—Y yo a veces pienso que esperar es lo único que puedo hacer, Pedri. Porque te amo.
Esa fue la última vez que hablamos antes de que todo cambiara. Pero así es nuestra historia: un ciclo interminable de esperanza y desesperación, amor y desamor.
El partido había terminado. Pedri había jugado como siempre, dejándolo todo en el campo, pero su equipo había perdido. Yo lo observaba desde las gradas, como siempre lo hacía, sintiendo el peso de la derrota en mis propios hombros. Pero esa noche, algo estaba diferente. Podía sentirlo en el aire, en la forma en que su mirada apenas me encontró cuando salió del vestuario.
Caminamos juntos en silencio hacia el coche, y en el trayecto hacia su casa, la tensión era palpable, una nube oscura que se cernía sobre nosotros, amenazando con estallar.
—¿Vas a decir algo? —pregunté finalmente, incapaz de soportar más el silencio.
—¿Qué coño quieres que diga, _____? —respondió, su voz cargada de cansancio y frustración—. Que me siento como una puta mierda porque hemos perdido, o que no sé cómo equilibrar todo esto? Porque, sinceramente, ya no sé qué cojones hacer.
El dolor en su voz me golpeó, pero también me enfadó. Habíamos tenido esta conversación tantas veces antes, siempre dando vueltas en círculos, sin encontrar una salida.
—Siempre es lo misma puta mierda contigo, Pedri. Siempre es tu carrera, tus problemas, tus dudas. ¿Y qué coño hay de mí? ¿Alguna vez te has preguntado cómo me siento yo en todo esto? —espeté, mi voz subiendo sin que pudiera evitarlo.**
Pedri me miró de reojo, sus manos apretando el volante con fuerza.
—Por supuesto que me importa cómo te sientes, _____. Pero parece que no importa lo que haga, nunca es suficiente para ti —respondió, su tono cortante, como si cada palabra fuera una daga dirigida hacia mí.
Sentí una punzada en el pecho, una mezcla de rabia e impotencia que no pude contener.
—¿Suficiente? ¿De verdad crees que lo que das es suficiente? Pedri, estoy cansada de ser siempre la que espera, la que se queda atrás mientras tú sigues adelante, alcanzando tus sueños. ¿Y mis sueños? ¿Dónde mierdas encajo yo en todo esto? —solté, mi voz quebrándose al final.
Él golpeó el volante con la palma de la mano, su frustración evidente.
—¿Crees que esto es fácil para mí? ¡Estoy haciendo lo mejor que puedo, _____ Pero parece que nada te hace feliz. No puedo estar en dos lugares al mismo tiempo, y cada vez que intento acercarme a ti, solo encuentro que estás más lejos —dijo, su voz cargada de desesperación.
Nos quedamos en silencio por un momento, ambos respirando pesadamente, tratando de encontrar las palabras correctas, pero solo encontrando más dolor.
—Tal vez no deberíamos seguir con esto —dije finalmente, rompiendo el silencio con la verdad que había temido pronunciar durante tanto tiempo—. Tal vez estamos intentando mantener algo que ya no existe.
Pedri me miró con incredulidad, sus ojos oscuros reflejando un dolor que me hizo querer retroceder, pero ya era demasiado tarde.
—¿Eso es lo que quieres? —preguntó, su voz temblando ligeramente—. ¿Terminar con todo? Después de todo lo que hemos pasado juntos, ¿solo lo dejas así?
Sentí una lágrima correr por mi mejilla, pero me obligué a mantenerme firme.
—No quiero terminar, Pedri. Pero tampoco puedo seguir así. No quiero ser la sombra de tu vida, esperando a que me prestes atención cuando te acuerdes de que existo. No quiero seguir amándote si eso significa seguir perdiéndome a mí misma —dije, con más fuerza de la que sentía realmente.
Él cerró los ojos, como si mis palabras lo hubieran golpeado físicamente. Cuando los abrió de nuevo, había una determinación en su mirada que me asustó.
—Entonces tal vez deberíamos dejarlo, _______. Tal vez ya no tenemos arreglo —respondió, sus palabras cortantes, casi frías.
El impacto de sus palabras me dejó sin aliento. Nunca había pensado que realmente llegaríamos a este punto, donde las palabras que se lanzaban entre nosotros eran tan afiladas, tan finales.
—Tal vez... —susurré, apenas audible, mientras sentía cómo el suelo se desmoronaba bajo mis pies—. Tal vez lo mejor es que nos dejemos de una vez.
Pedri apartó la mirada, sus ojos fijos en la carretera mientras las luces de la ciudad pasaban borrosas a nuestro alrededor. Sentí que todo nuestro mundo se había reducido a ese pequeño espacio en el coche, cargado de todas las palabras no dichas, de todas las promesas rotas.
Llegamos a su casa en silencio, sin decir nada más. Me bajé del coche y, por un momento, dudé si debía girarme y despedirme, pero sabía que si lo hacía, no podría contener las lágrimas. Así que solo caminé, dejando atrás todo lo que habíamos sido, todo lo que podríamos haber sido.
Aquella noche, mientras me alejaba de su vida, sentí que una parte de mí se quedaba allí, en esa calle silenciosa, junto a la puerta cerrada de su casa. Y supe, con un dolor que me quemaba por dentro, que aunque lo amaba más que a nada en el mundo, a veces el amor no es suficiente.