La música resonaba a todo volumen en la fiesta, las luces de colores parpadeaban al ritmo de los bajos, creando una atmósfera caótica y vibrante. Estaba apoyada en la barra, observando cómo la gente bailaba y se divertía, cuando vi a Lamine Yamal entrar por la puerta principal. Llevaba su típica chaqueta de cuero negra, y sus ojos, normalmente llenos de energía, parecían apagados, como si estuviera luchando contra algo más grande que él.
No habíamos hablado mucho desde que se enteró de lo que Alex, su novia, le había hecho. Era uno de esos rumores que corrían rápido por la ciudad, y cuando finalmente la verdad salió a la luz, Lamine quedó devastado. Era obvio que esa noche él no estaba en la fiesta por diversión; estaba allí para olvidar, aunque fuera solo por un momento.
Cuando nuestros ojos se encontraron, sentí una punzada en el pecho. Lamine era uno de mis mejores amigos, y verlo así me dolía más de lo que quería admitir. Sabía que tenía que acercarme, estar allí para él.
Me abrí paso entre la multitud hasta llegar a donde estaba. Me detuve a su lado, intentando no parecer demasiado preocupada, aunque en realidad lo estaba.
—Lamine —lo saludé, intentando que mi voz sonara casual—. ¿Cómo estás?
Él me miró, y pude ver la batalla interna que estaba librando en sus ojos. Su sonrisa era forzada, una sombra de lo que solía ser.
—______ —respondió, su voz cargada de cansancio—. Podría estar mejor, la verdad. Solo quería salir un rato, despejarme. ¿Tú qué haces aquí?
—Lo mismo, supongo —admití, dándole una mirada de complicidad—. Pero en mi caso, creo que estoy aquí más por los amigos que por otra cosa. No suelo disfrutar de estas fiestas.
Lamine asintió, sabiendo perfectamente a lo que me refería. Habíamos compartido tantos momentos juntos, tanto dentro como fuera de los entrenamientos, que entendía mis sentimientos sin necesidad de demasiadas palabras.
Nos quedamos en silencio por un momento, ambos observando a la gente a nuestro alrededor. Sabía que él tenía mucho en la cabeza, y me preguntaba si quería hablar de lo que había pasado con Alex. No quería presionarlo, pero al mismo tiempo, quería que supiera que estaba allí para él.
—Alex me ha estado llamando —dijo finalmente, rompiendo el silencio—. Quiere hablar, aclarar las cosas, pero... no sé si quiero escuchar lo que tiene que decir. No después de lo que hizo.
Mi corazón se hundió al escuchar su voz quebrarse ligeramente. Sabía cuánto había significado Alex para él, y ver cómo había destrozado su confianza me enfurecía.
—No tienes que hablar con ella si no quieres —respondí, poniéndole una mano en el brazo para reconfortarlo—. No le debes nada, Lamine. Tú mereces a alguien que te respete, alguien que te valore. Y si ella no fue capaz de hacerlo, entonces no merece ni un minuto más de tu tiempo.
Él asintió lentamente, pero antes de que pudiera decir algo, una voz familiar interrumpió nuestra conversación.
—Lamine, necesitamos hablar —la voz de Alex cortó el aire como un cuchillo, y al girarnos, la vimos de pie a pocos metros de nosotros, con los brazos cruzados y la mirada decidida.
La tensión en la habitación subió de inmediato. Sabía que esto no iba a terminar bien, pero intenté mantener la calma, aunque por dentro estaba ardiendo.
—Alex, no creo que este sea el lugar —dijo Lamine, su tono claramente cansado—. Y no estoy seguro de que haya algo más que decir entre nosotros.
—No puedes decir eso —insistió ella, dando un paso hacia nosotros—. Cometí un error, lo sé, pero podemos arreglarlo. Tú y yo... somos más que un error. No puedes simplemente dejarlo todo así.