Era una de esas noches en las que el cielo parecía pintado a mano, con estrellas tan brillantes que parecía que podías tocarlas si te estirabas lo suficiente. Me encontraba sentada en una colina a las afueras de Barcelona, mi lugar favorito para escapar del ruido de la ciudad. Y esta vez, no estaba sola.
Joan García, el portero del Espanyol, estaba a mi lado, ambos envueltos en una manta compartida para protegernos del fresco nocturno. Nos habíamos conocido unos meses atrás en un evento deportivo, y desde entonces, nuestras vidas se habían entrelazado de manera inesperada pero hermosa.
—¿Te has dado cuenta de lo tranquilos que parecen los problemas cuando los miras desde aquí arriba? —dijo Joan, rompiendo el silencio, con la vista fija en las luces lejanas de la ciudad.
—Es como si todo quedara pequeño, ¿verdad? —respondí, sonriendo mientras recostaba mi cabeza en su hombro—. A veces pienso que podríamos quedarnos aquí para siempre y nada malo nos alcanzaría.
Él rió suavemente, ese sonido bajo y cálido que había aprendido a amar. Había algo en Joan que me hacía sentir segura, como si nada en el mundo pudiera herirme mientras él estuviera a mi lado. Aunque apenas tenía 23 años, había una madurez en él, una calma que contrastaba con el caos de mi propia vida.
— ________, sabes que no podemos huir de todo para siempre —dijo, su tono serio, pero con un toque de ternura—. Pero podemos enfrentar lo que venga juntos. Eso es lo que importa.
Miré hacia el cielo, dejando que sus palabras se asentaran. Joan y yo éramos jóvenes, pero sabía que lo que sentíamos el uno por el otro era real. No era simplemente el entusiasmo de una relación nueva; era más profundo, más sincero.
—Joan, a veces me pregunto qué piensas realmente de nosotros —dije, mordiéndome el labio, una señal de mi nerviosismo—. Somos tan diferentes... tú, con tu carrera en el fútbol, siempre en el centro de la atención, y yo... bueno, yo todavía estoy tratando de averiguar qué quiero hacer con mi vida.
Él me miró, y en sus ojos vi esa chispa de determinación que lo hacía tan especial en el campo y fuera de él.
—________, no me importa cuán diferentes seamos —respondió, tomando mi mano entre las suyas—. Lo que tenemos no es algo que encuentre todos los días. No me importa si no sabes qué quieres hacer todavía. Lo único que me importa es que cuando estoy contigo, todo se siente... correcto. Como si el resto del mundo desapareciera y solo quedáramos nosotros dos.
Mi corazón latió con fuerza al escuchar sus palabras. Me inclinaba a dudar de mí misma, a pensar que tal vez no era lo suficientemente buena para él, que nuestras vidas iban en direcciones demasiado distintas. Pero cada vez que estaba con Joan, esas dudas se desvanecían.
—Me haces sentir especial, Joan —admití, con una sonrisa tímida—. Como si realmente importara.
—Eso es porque lo haces, ______ —dijo él, su tono firme pero lleno de cariño—. Importas más de lo que te das cuenta. No se trata solo de lo que hago en el campo o de lo que tú aún no has decidido. Se trata de cómo nos hacemos sentir el uno al otro. Y créeme, nunca he sentido algo así antes.
Nos quedamos en silencio por un momento, permitiendo que la quietud de la noche nos envolviera. Sabía que lo que teníamos era especial, pero a veces era difícil de creer que alguien como Joan, con todo lo que tenía a su favor, hubiera elegido estar conmigo.
—Joan... —comencé, sin estar segura de cómo expresar lo que estaba pensando—. No quiero que te sientas atrapado por mí. Sé que tu carrera es importante, y no quiero ser un obstáculo para ti.
Él se giró hacia mí, con una expresión seria en su rostro.
—______, nunca pienses eso —dijo, apretando mi mano con más fuerza—. Tú no eres un obstáculo, eres la razón por la que sigo adelante, incluso cuando las cosas se ponen difíciles. Cuando estoy en el campo, lo que me motiva es saber que al final del día, voy a verte, a estar contigo. Eso es lo que me importa, más que cualquier victoria o derrota.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero eran lágrimas de felicidad. Nunca había sentido un amor tan puro, tan genuino. Joan era más que solo un futbolista; era el hombre que había aprendido a conocer y amar por su corazón, su lealtad y su capacidad de hacerme sentir como la única persona en el mundo.
—Yo también te quiero, Joan —susurré, acercándome a él, hasta que nuestras frentes se tocaron—. No sé qué nos deparará el futuro, pero quiero que sepas que siempre estaré aquí para ti, pase lo que pase.
Él sonrió, esa sonrisa que hacía que mi corazón se derritiera cada vez que la veía.
—Entonces hagamos una promesa, ______ —dijo, con una chispa en sus ojos—. Pase lo que pase, sin importar cuán difíciles se pongan las cosas, siempre seremos nosotros dos, enfrentando el mundo juntos.
Asentí, sin decir una palabra, pero con el corazón lleno de emoción. Nos acercamos más, y cuando nuestros labios se encontraron en un beso suave y lleno de amor, supe que esa promesa era algo que ambos cumpliríamos.
Bajo el cielo estrellado, con la ciudad a nuestros pies y el mundo a nuestro alrededor, supe que, por fin, había encontrado mi hogar en el corazón de Joan. Y que, sin importar lo que el futuro nos trajera, lo enfrentaríamos juntos, porque lo que teníamos era verdadero, era nuestro, y nada ni nadie podría arrebatárnoslo.