Alejandro Balde

1.2K 35 1
                                    

Mi historia con Alejandro parecía sacada de una película de amor, pero era más compleja, un torbellino de emociones que nos arrastraba hacia la locura. Desde el momento en que nos conocimos, supe que estábamos destinados a ser más que solo una historia de amor común y corriente.

—Alejandro, ¿crees en el destino? —le pregunté mientras paseábamos por el parque en esa tarde soleada que marcó el inicio de nuestra travesía.

—Creo que el destino nos está llevando exactamente donde debemos estar —respondió con una sonrisa enigmática.

Desde ese día, nuestra conexión se volvió más intensa y magnética. Cada encuentro era como una escena de película: besos bajo la lluvia, declaraciones apasionadas y promesas de amor eterno. Pero, a medida que la intensidad crecía, también lo hacía la sombra de la obsesión.

— ______, eres mi razón de ser. Sin ti, mi vida no tendría sentido —me dijo Alejandro en una de nuestras noches de amor apasionado.

Me sentí halagada, pero también inquieta. ¿Era saludable depender tanto el uno del otro?

A medida que nuestra relación avanzaba, las líneas entre la realidad y la fantasía se desdibujaban. Las promesas de amor eterno se volvían más pesadas, y las demandas de tiempo y atención eran insaciables. Sentíamos que estábamos atrapados en un sueño del cual no podíamos despertar.

—Alejandro, necesitamos hablar. Esto no puede seguir así. Estamos perdiendo el equilibrio entre el amor y la obsesión —le dije con nerviosismo.

Él frunció el ceño, incapaz de comprender cómo algo tan apasionado podría ser insano.

—No entiendes, ______. Esto es amor puro, incondicional. No hay obsesión aquí.

Sus palabras resonaron en mi mente, pero la realidad se imponía. Las discusiones se volvieron más frecuentes, la desconfianza creció y el peso de nuestras emociones amenazaba con desmoronarnos.

En una noche de desesperación, intenté abordar el problema una vez más.

—Alejandro, necesitamos darnos espacio. Esta intensidad está destruyendo lo que teníamos.

Él me miró con ojos entristecidos, pero su negativa persistió.

—No puedo vivir sin ti. Eres mi todo, ______.

La tensión aumentaba cada día, y la realidad de nuestra relación comenzaba a parecer una pesadilla. Nos amábamos, sí, pero nuestro amor se había convertido en una jaula dorada, una prisión de emociones que amenazaba con ahogarnos.

Finalmente, tomé la difícil decisión de alejarme. Sabía que necesitábamos tiempo y espacio para crecer por separado, para descubrir quiénes éramos más allá de la intensidad de nuestro romance cinematográfico.

—Alejandro, esto no es un adiós, pero necesitamos sanar por separado para poder tener un futuro juntos —le dije con lágrimas en los ojos mientras cerraba la puerta.

El amor de película que vivimos había llegado a su fin. La historia de nosotros dos se volvía más compleja, pero esperaba que, con el tiempo, pudiéramos encontrar un amor más saludable, basado en la comprensión y el respeto mutuo.

One shots futbolistasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora