La noche había caído sobre Londres, cubriendo la ciudad con su manto oscuro y frío. La lluvia ligera golpeaba las ventanas del pequeño apartamento donde me encontraba, creando un ritmo hipnótico que apenas lograba calmar la tormenta que llevaba dentro. El ambiente estaba cargado de tensión, el tipo de tensión que solo se siente cuando estás al borde de algo irreversible, algo que podría cambiarlo todo.
Miré mi reflejo en el espejo del baño, intentando encontrar respuestas en mis propios ojos. El rimel corrido por las lágrimas que había derramado antes era un recordatorio de lo que me había traído aquí, a este punto sin retorno. Me pasé una mano temblorosa por el cabello, intentando recomponerme antes de que él llegara. No podía dejar que me viera así, rota y vulnerable, pero al mismo tiempo, sabía que no tenía opción. Esta noche, las máscaras caerían.
El sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Enzo había llegado.
Salí del baño, mis pasos resonando suavemente en el suelo de madera mientras me acercaba a la sala. Allí estaba él, de pie junto a la puerta, empapado por la lluvia, su chaqueta de cuero negro pegada a su cuerpo como una segunda piel. Tenía esa mirada que siempre me desarmaba, esa mezcla de dureza y dolor que solo él podía llevar con tanta naturalidad. No era solo un futbolista; Enzo era mucho más que eso. Era alguien que había vivido al borde, que había aprendido a sobrevivir en un mundo que nunca le había dado tregua.
—_____, ¿qué pasa? —preguntó, su voz profunda llenando la habitación mientras se quitaba la chaqueta, dejándola caer al suelo.
Me acerqué a él, sintiendo cómo el aire entre nosotros se volvía más pesado con cada paso que daba. No estaba segura de cómo empezar, de cómo poner en palabras todo lo que sentía, pero sabía que tenía que intentarlo.
—Estoy cansada, Enzo —dije finalmente, mi voz apenas un susurro—. Cansada de tener que pelear contra todo y todos por esto. Por nosotros.
Él frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho en un gesto defensivo que reconocía al instante. No era la primera vez que teníamos esta conversación, pero esta vez, algo en mí había cambiado. Había llegado al límite.
—Lo sé, _____ —respondió, su tono más suave, como si estuviera tratando de no romper algo frágil—. Pero sabías cómo era esto desde el principio. Sabías en lo que te estabas metiendo.
—Sí, lo sabía —admití, sintiendo cómo la frustración se acumulaba en mi pecho—. Pero eso no significa que sea fácil. No significa que no me duela cada vez que te veo luchar contra los demonios de tu pasado, o cada vez que siento que estoy perdiéndote un poco más cada día.
Enzo desvió la mirada, como si mis palabras fueran un peso que no podía soportar. Sabía que había cosas de su vida que nunca me contaría, cosas que lo habían marcado de una manera que yo nunca podría entender completamente. Pero eso no cambiaba lo que sentía por él. A pesar de todo, lo amaba con una intensidad que a veces me asustaba, una intensidad que sabía que también lo asustaba a él.
—No quiero que te lastimen por mi culpa —dijo finalmente, su voz rota por la culpa y el miedo—. No quiero arrastrarte a este mundo en el que vivo, donde todo es complicado y sucio. No te mereces eso, ______. Mereces algo mejor. Alguien mejor.
—No quiero a alguien mejor, Enzo. Te quiero a ti —repliqué, dando un paso hacia él, acortando la distancia que nos separaba—. Quiero este amor, por complicado que sea. Porque cuando estoy contigo, siento que todo vale la pena, incluso cuando duele.
Él me miró, sus ojos oscuros brillando con una mezcla de emociones que apenas podía comprender. Había tanto que quería decirle, tanto que quería que entendiera, pero no sabía si las palabras serían suficientes.
—_____... —susurró, su voz cargada de un anhelo que me hizo temblar—. No soy bueno para ti. No soy lo que necesitas. Pero soy egoísta, y te quiero aquí, a mi lado. Aunque sé que al final, podría destruirnos a ambos.
Las lágrimas que había contenido empezaron a caer de nuevo, pero no me molesté en detenerlas. Enzo me tomó en sus brazos, su calor envolviéndome, y me aferré a él como si fuera mi salvavidas, la única cosa que me mantenía a flote en medio de un mar de dudas.
—Entonces destruyámonos juntos —susurré contra su pecho, sintiendo cómo sus brazos me rodeaban con más fuerza—. Porque no puedo imaginarme la vida sin ti, Enzo. Prefiero enfrentar los demonios contigo que vivir en un mundo donde no estás.
Él me besó, y fue un beso cargado de desesperación y promesas rotas, de amor y dolor entrelazados. No había nada dulce en ese beso, nada sencillo, pero era nuestro. Era real.
Cuando nos separamos, sus ojos estaban llenos de determinación, como si hubiera tomado una decisión que cambiaría todo.
—Está bien, ______. Lo haremos a nuestra manera, sin importar lo que digan los demás. No dejaré que nadie nos separe, ni siquiera nosotros mismos. —Sus palabras eran una promesa, una que sabía que cumpliría a toda costa.
Asentí, sintiendo cómo la tensión en mi pecho se aliviaba un poco. Sabía que no sería fácil, que el camino que teníamos por delante estaría lleno de obstáculos, pero mientras estuviéramos juntos, estaba dispuesta a enfrentar lo que viniera.
—Entonces, somos tú y yo contra el mundo —dije, tomando su mano y entrelazando mis dedos con los suyos—. Pase lo que pase.
—Tú y yo, siempre —respondió, y en sus ojos vi la verdad de sus palabras.
Nos quedamos así, en silencio, aferrándonos el uno al otro mientras la lluvia continuaba golpeando las ventanas. Sabía que estábamos jugando con fuego, que nuestro amor era una bomba de tiempo que podría explotar en cualquier momento, pero no me importaba.
Porque en este mundo lleno de incertidumbre, lo único de lo que estaba segura era de que no quería estar en ningún otro lugar que no fuera a su lado.