El sonido de mi respiración entrecortada llenaba la habitación, mezclándose con el bajo resonante de la música que aún se filtraba desde el club de abajo. Las luces de la ciudad se colaban por las cortinas entreabiertas, proyectando sombras que danzaban por las paredes del pequeño apartamento.
Jude estaba recostado junto a mí, su pecho subiendo y bajando al ritmo de su respiración lenta y profunda. Había algo en la quietud de ese momento que me inquietaba, algo en el silencio que compartíamos que hacía que mi mente empezara a correr. Nos conocíamos desde hacía poco, pero cada vez que estábamos juntos, parecía que nos encontrábamos en el borde de un precipicio, listos para caer pero sin dar el salto.
—No sé por qué seguimos haciendo esto —murmuré, rompiendo el silencio. Mi voz sonaba más frágil de lo que me gustaría admitir.
Jude abrió los ojos lentamente, girando la cabeza para mirarme. Había una intensidad en su mirada que siempre me dejaba sin aliento, una fuerza que hacía que todo a nuestro alrededor pareciera irrelevante.
—¿Por qué no deberíamos hacerlo? —respondió, su tono tranquilo, como si la pregunta fuera ridícula.
Me incorporé un poco, apoyándome en mi codo para poder verlo mejor. Llevaba semanas tratando de entender lo que éramos, lo que significaba este vaivén constante entre la atracción y el conflicto. Jude era una fuerza de la naturaleza, imparable dentro y fuera del campo, y estar cerca de él era como ser arrastrada por una corriente que no podía controlar.
—Porque siempre terminamos en el mismo lugar, Jude —dije, tratando de mantener la calma—. Nos atraemos como imanes, pero al final, siempre hay algo que nos aleja. Como si estuviéramos... equivocados el uno para el otro.
Él frunció el ceño, claramente incómodo con la dirección de la conversación. Jude no era de los que hablaban de sentimientos; siempre prefería dejar que las acciones hablaran por él. Pero no podía seguir ignorando lo que estaba pasando entre nosotros, ese ciclo repetitivo de deseo y distancia que parecía no tener fin.
—No creo que estemos equivocados, _____—respondió finalmente, su voz baja pero firme—. Solo creo que ambos tenemos miedo de lo que esto podría significar.
Me quedé en silencio, mordiéndome el labio mientras procesaba sus palabras. Tenía razón, por supuesto. Siempre había sido fácil sumergirnos en la atracción física, en el calor del momento, pero el miedo a lo que podría venir después nos mantenía atrapados en un ciclo sin salida. La idea de abrirnos, de mostrar nuestras verdaderas intenciones, era aterradora.
—¿Y qué pasa si lo que esto significa no es lo que ninguno de los dos quiere escuchar? —pregunté suavemente, la duda filtrándose en cada palabra.
Jude me miró fijamente, sus ojos buscando los míos como si intentara encontrar la verdad en mi interior. Había algo en su mirada que me hizo querer creer, querer dejar de lado todas las dudas y simplemente lanzarme al vacío, pero algo me retenía. No podía evitar pensar en lo diferente que éramos, en las vidas que llevábamos. Él, con su carrera en ascenso en el Real Madrid, y yo, tratando de encontrar mi propio camino en un mundo que parecía siempre un paso por delante.
—Entonces lo descubrimos juntos —dijo Jude finalmente, su mano encontrando la mía, entrelazando nuestros dedos—. No tienes que tener todas las respuestas ahora, _______. Nadie las tiene. Pero prefiero equivocarme contigo que seguir fingiendo que esto no es real.
Su sinceridad me desarmó, dejándome sin palabras por un momento. Sabía que tenía razón, que seguir evitando lo que sentíamos solo nos llevaría de vuelta a este mismo lugar. Pero aceptar que lo que teníamos podía ser real también significaba aceptar que podía fallar, que podíamos lastimarnos en el proceso.
—No quiero perderme en esto, Jude —susurré, casi sin aliento—. No quiero que lo que sea que tengamos termine en nada. Porque eso es lo que temo más que nada.
Él apretó mi mano con más fuerza, como si quisiera asegurarme que no me dejaría caer.
—No te voy a dejar caer, ______ —respondió con una convicción que me hizo temblar—. No sé a dónde vamos, pero si hay algo de lo que estoy seguro es de que quiero estar contigo en este viaje. Aunque no tengamos todas las respuestas, aunque nos equivoquemos a veces, prefiero intentarlo que dejar que el miedo nos aleje.
Nos quedamos en silencio después de eso, pero ya no era el mismo silencio incómodo de antes. Era un silencio lleno de promesas no dichas, de un entendimiento tácito de que estábamos dispuestos a enfrentar lo que viniera, juntos.
Mientras nos recostábamos de nuevo, sentí su brazo rodeándome, acercándome más a él. Y por primera vez en mucho tiempo, me permití relajarme, dejé que las dudas se desvanecieran en la oscuridad de la habitación. Sabía que el camino no sería fácil, que habría momentos en que volveríamos a tropezar, pero mientras estuviéramos dispuestos a seguir adelante, nada podría realmente separarnos.
Porque aunque estuviéramos equivocados en algunas cosas, en esto, en nosotros, no podía estar más segura de que valía la pena intentarlo.