Capítulo Cuarenta y ocho: La boca del lobo.

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Nota: Esté capítulo será bastante largo, más que los demás.

La noche era perfecta, tan maravillosa, con una luna llena tan perfecta que cualquiera podría quedar maravillado por la gran belleza de aquel satélite natural, y sobre todo, por la maravillosa y perfecta luz natural que erradeaba.

Pero no en Punta Vida, la ciudad que alguna vez fue el punto de vida vibrante de Costa Rica, la ciudad que se convirtió en el destino paradisíaco perfecto para la población de la nación centroamericana y del mundo entero, en uno de los puntos más avanzados en cuanto a economía, tecnología y social de toda Costa Rica y de la región de latinoamérica en general, yacía en llamas, se desmoronaba, y su gente, moría, pues los gritos y súplicas de la gente aún se escuchaban, acompañados de disparos y los gritos agudos y perturbadores de los lickers.

Y en el centro de aquella ciudad, un lugar en específico era amenazado por las criaturas homicidas, un lugar en la que algunos ciudadanos atemorizados, sumidos en el pánico y desesperación llamaban refugio. Aquel lugar era la propia estación abandonada del tranvia, que servía como un refugio para toda persona que huía de las criaturas y de la devastación.

Dicha estación era custodiada y resguardada por agentes de la B.S.A.A y por oficiales de la policía local, pero estos se estaban siendo superados por los lickers, quienes también eran los causantes de matar a más del noventa por ciento de los miembros de las pandillas más peligrosas de la ciudad. Y también era los responsables de llevar a cabo un asedio en la propia estación, donde los agentes hacian lo mejor para evitar una masacre mayor.

No obstante, los agentes encargados de resguardar la estación fueron el teniente Piers Nivans y la sargento Jill Valentine, mientras que la agente Rogers se encargaba de ayudar a algunos oficiales que se estaban enfrentando a los lickers. Sin embargo, la agente Woods les ayudaría desde la distancia, al proporcionar fuego de cobertura con su arma de francotirador, el cual le fue proporcionado por las fuerzas policiales locales.

Y por último, el capitán Redfield se retiró a ayudar a la comandante, quien había solicitado asistencia por un fuerte enfrentemiento contra los lickers en calles algo lejanas a la estación.

Y así es como el equipo se dividió para ayudar y salvar a sus aliados.

— ¡Sigan disparando! — Gritó uno de los oficiales, intentando derribar a un licker que estaba trepando la parte externa de la pared de una casa con un mistola nueve milímetros semiautomática. Pero el licker era bastante rápido que no era tan fácil derribarlo.

— ¡Yo me encargo! — Gritó Piers, mientras apuntaba su subfusil de asalto y disparaba contra la criatura, la cual se lanzó de la pared y cayó sobre el techo de un autobús, emtiendo un grito para después sacar su larga y puntiaguda lengua con la que arremetió contra el teniente, quien a su vez esquivo los intentos del licker por apuñalarlo.

— Ahora muerete maldito — Mencionó con odio el teniente, al disparar en contra de la criatura, quien a pesar de recibir los impactos de bala, se abalanzó contra de él, por lo que al instante, él logró tomar una granada sujeta a su cinturón de materiales y logró quitarle el seguro con rapidez, pero sería algo tarde, pues la criatura termino por caer sobre él, causando que el teniente caiga al suelo y el licker intente morderlo y eventualmente matarlo, pero sin éxito, pues Nivans, sin soltar para su suerte aquella granada, logró introducirla en la boca de aquel ser, para posteriormente quitárselo con sus fuerzas y empujarlo lo más lejos que pudo, para así verlo explotar, pues el artefacto hizo explosión.

Los restos cayeron salpicaron en diferentes direcciones, incluidos el rostro y uniforme de Piers, quien simplemente sonrió para luego concentrarse en disparar hacia los demás hostiles que se aproximaban.

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