Capítulo 35. Todos los días son el Día de los Inocentes.

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El médico preguntó: ──¿Qué tan importante era?

──Muy importante, ──respondió He Yang bajando la mirada.──me gusta mucho.

Entonces el psicólogo preguntó: ──¿A él le gustabas también?

He Yang apretó el anillo en su mano y no respondió. Él sabía que Xu Cheng Yan lo amaba. Por eso, en aquella llamada telefónica, le dijo que no regresara, porque él sabía que, de cualquier manera, Xu Cheng Yan volvería al final y realmente esperó a que volviera... Pero lo que regresó fue solo un cuerpo sin vida. Ya era demasiado tarde, para todo, era demasiado tarde.

El hombre colocó el anillo de vuelta en la caja, se levantó y salió de la clínica.

De regreso en su apartamento, encendió la luz y fue instintivamente al balcón. Ese sitio todavía estaba lleno de macetas, que tenían la misma apariencia de antes, pero las plantas que crecían en ellas eran diferentes.

Las flores dentro de ellas se habían marchitado debido a la falta de cuidado y agua durante mucho tiempo, por lo que tuvo que reemplazarlas con nuevas.

Realmente él no se ocupaba de las macetas y la empleada del hogar solo venía una vez a la semana, por lo que con el tiempo, las nuevas flores también se marchitaban por falta de cuidados y agua, y cada vez que eso sucedía, tenía que limpiarlas y reemplazarlas nuevamente con otras.

He Yang cerró los ojos y se recostó medio adormilado en el sillón, acariciando una tabla de madera en sus manos.

En un estado entre el sueño y la vigilia, escuchó una voz masculina familiar detrás de él. ──Señor.

Abrió lentamente los ojos, sin voltear. Él sabía que no había nadie en el apartamento. Nuevamente solo era una alucinación auditiva, así que mantuvo los ojos abiertos, mirando fijamente hacia afuera, a través de la ventana, perdido en sus pensamientos.

El tiempo pasaba muy lentamente. Tan lento que cada día, cada minuto, cada segundo... era una agonía, y del mismo modo, también pasaba muy rápido. Tan rápido que ya no podía recordar claramente cómo era Xu Cheng Yan, incluso los recuerdos de los momentos que pasaron juntos se volvían cada vez más borrosos.

Lo único que quedaba en su mente era su largo período de espera en este apartamento. Era como si cada vez que se volviera, pudiera ver al joven todavía detrás de él, sin embargo, no esperó nada, los milagros no suceden. Cada día es el Día de los Inocentes.

Fuera de la casa, cambian las estaciones. Las hojas de los árboles pasan de verde tierno a amarillo marchito y luego caen al suelo desde lo alto, dejando solo ramas desnudas. Es invierno, otro año ha pasado.

Una semana antes del Año Nuevo, He Yang regresó a la mansión He. Qiqi todavía era como antes; en cuanto vio el auto de He Yang acercarse, corrió a buscar a Xu Cheng Yan. Anduvo todo alrededor de He Yang, y al no ver a esa persona, corrió hacia la puerta del auto.

He Yang no prestó atención al gran perro y simplemente entró a la mansión y llegó a la sala de descanso.

Su padre todavía estaba sentado en su silla de ruedas, jugando solo al ajedrez en la mesa, y en la esquina de la mesa, había un marco de fotos y dentro de este, la foto de una joven vestida con un cheongsam rojo (1) que sonreía hacia la cámara.

Al verlo ahí tan solitario, se acercó paso a paso, y su padre al escuchar el ruido, levantó la cabeza y miró.

──Has vuelto... ──El señor asintió con la cabeza y preguntó: ──Ya habías venido hace unos días, ¿por qué has venido hoy también?

El sustitutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora