El emperador se llamaba Jack Conway y había sido así desde una edad temprana. Quizá por ese motivo era un gran gobernante y era capaz de manejar un Imperio entero.
Sus súbditos le respetaban y sus enemigos le temían. Había sido capaz de levantar ciudades enteras de la nada, resolver conflictos de estado con una sola idea, controlar a aquellos monstruos que acechaban al límite de sus fronteras. Sin duda, él era una persona extraordinaria. Incluso cuando se enfrentó a su padre, el antiguo emperador, por amor, lo hizo manteniendo su fortaleza.
Su padre no concebía otro heredero que no fuera Jack y él no concebía otra vida que no fuera junto a Julia. Así que finalmente el ex-emperador tuvo que darse por vencido y Jack Conway y Julia se casaron. Poco después se convirtieron en el emperador y la emperatriz del Imperio.
Sin embargo, la felicidad no duraría mucho tiempo. Como siempre sucede en la vida, la fortuna va y viene a su antojo y cuando Jack pensó que había cumplido con su destino, este le arrebató todo lo que amaba.
Era tarde en la noche, el emperador Conway aún estaba trabajando. Encerrado en su oficina, se encontraba terminando de revisar unos documentos que al fin acabarían con aquella larga jornada. A veces su mente se abstraía pensando en su esposa y su pequeño hijo, que acababa de cumplir 6 años. Sin duda, ambos se parecían mucho con el cabello rubio y los ojos de un profundo azul, pero Julia se empeñaba en decir que había heredado el carácter de su padre. El recuerdo de aquellos comentarios hizo sonreír al emperador, que agarró la pluma para firmar aquel papel.
Sin embargo, esa firma nunca llegó a plasmarse, pues un repentino golpe en la puerta lo sobresaltó lo suficiente para tirar el bote de tinta sobre toda la mesa.Soltando una maldición levantó el rostro, enfadado por la interrupción, al tiempo que preguntaba:
—¿Qué está pasando?
Un guardia del palacio con el rostro pálido y aterrorizado trató de hablar sin éxito. Parecía muy agitado. Esto alarmó al emperador inmediatamente.
—No lo volveré a repetir, dime qué pasa —esta vez era una orden, no una pregunta.
—Un ataque... la emperatriz... —comenzó a decir balbuceando.
Jack no lo dejó terminar, se levantó presuroso y salió corriendo a buscar a Julia. No entendía qué había sucedido, no habían dado ninguna alarma, todo parecía tranquilo. Su preocupación aumentó a medida que avanzaba por los enormes y silenciosos pasillos. ¿Dónde estaba todo el mundo? ¿Y los caballeros? ¿Y la guardia?
Entonces empezó a ver la sangre. Cuerpos en el suelo por todas partes, no sólo caballeros, había hombres con atuendos oscuros, probablemente asesinos a sueldo.
¿Por qué? ¿Por qué no había escuchado nada? ¿Por qué nadie le había avisado? ¿Cómo era posible que no se hubiera enterado de aquella masacre? Las preguntas iban muy deprisa en su mente, mientras que sus pensamientos, cada vez más ansiosos, iban dirigidos a Julia y su hijo.
Para cuando alcanzó el dormitorio de Julia, su corazón iba tan deprisa que sentía que en cualquier momento se iba a desmayar. Sin embargo, no se desmayó, no. Ni mientras abría la puerta con manos temblorosas, ni mientras llamaba a Julia en la oscuridad sin obtener respuesta. Ni siquiera cuando encontró su cuerpo sin vida. Tampoco se desmayó cuando no vio a su hijo en ningún lado, ni cuando después de una amplia búsqueda supo que no lo volvería a ver más.
No, él nunca se derrumbaría. El emperador se mantuvo en pie, firme, dirigiendo aquel Imperio que pronto sería el más grande de todos los tiempos.
Todos conocían aquella historia, pero solo una persona sentía de verdad aquella tragedia: Freddy Trucazo, el comandante de los ejércitos del Imperio, aquel que tenía el título de conde, el único amigo real del emperador.
En aquel momento, Freddy apenas era un adolescente que estaba pasando unas pruebas para entrar en la orden de los caballeros. Tras un largo día de entrenamiento, se había ido a dormir pensando en su familia. Tenía ganas de ver la sonrisa de felicidad de su hermano cuando volviera a casa, el orgullo de su madre al ver que se había convertido en un caballero. Después, fantaseaba en cómo invitaría a su padre a una copa para celebrarlo. Entonces, Freddy brindaría con él en su despacho y disfrutaría al contemplar cómo su padre moría envenenado ante él.
Efectivamente, él odiaba a su padre, el conde que aparentemente era un hombre recto y serio, había hecho de su hogar un infierno. Freddy había tenido una infancia muy difícil, llena de maltratos y violencia. Aún así realmente solo había decidido que algún día mataría a su padre cuando lo vio golpear a su madre y a su pequeño hermano.
Sí, sin duda disfrutaría mucho observando su final. Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras daba vueltas a estos pensamientos y así poco a poco comenzó a soñar.
Un grito lo despertó unas horas más tarde. No había sido un grito normal. Había sonado una voz llena de tanta pena y amargura que parecía provenir de las profundidades del abismo. En menos de un minuto, Freddy salió de su cama e inspeccionó la zona.
Como el hijo de un conde que era, él se hospedaba en el palacio, pero se encontraba algo alejado de las habitaciones de la familia imperial.
Cuando llegó, encontró caos por todas partes. Había muertos y sangre allá dónde iba. No tardó en confirmar que se trataban de guardias del palacio y asesinos enviados por alguien desconocido. ¿Cómo era posible que hubiese habido un enfrentamiento y él no lo hubiese escuchado?
Cuando llegó a la puerta entreabierta de la habitación de los emperadores, encontró una escena que quedaría grabada en sus recuerdos.
El grito desgarrador que había escuchado había sido el emperador Jack Conway que lloraba desesperadamente, abrazando el cuerpo sin vida de la emperatriz Julia.
La sangre cubría todo y el cabello dorado tenía manchas teñidas de rojo. Jack acarició el rostro de Julia con las manos aún cubiertas de oscura tinta (que se había derramado unos instantes atrás), mientras continuaba llamándola por su nombre con la vana esperanza de que ella le respondiera. La emperatriz conservaba una expresión tranquila, como si estuviera profundamente dormida, y las líneas de tinta que había dejado el emperador sobre ella parecían negras lágrimas que habían caído desde sus ojos. Así, daba la apariencia de que incluso en el más allá, Julia compartía la tristeza de su amado esposo y ambos lloraban desde la vida y la muerte.
Quizá por haber sido testigo de algo así, Freddy fue el único que realmente supo los sentimientos del emperador. Todo el mundo vio cómo se mantuvo firme ante la pérdida de su esposa y la desaparición de su hijo, pero Freddy contempló el lado más humano de aquel que se desvivió buscando a su hijo, aquel que lloró con tal amargura, de aquel hombre que todos tenían como algo más que un mortal, alguien que parecía no tener corazón, alguien que fue capaz de mantener un Imperio, pero no una familia.
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Hasta aquí el primer capítulo.No tenía pensado nada en concreto, pero me vino esta historia a la cabeza y pensé en plasmarla en algún sitio. Espero que os haya gustado este comienzo :)
Saludos, la autora.
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Freddytabo - El Hijo del Emperador
FanfictionJack Conway es un emperador al que todo el mundo respeta. En su pasado sufrió una gran tragedia y solo el conde Freddy Trucazo, el comandante del ejército imperial, sabe cuánto llegó a afectarle realmente. Un día, en un ataque contra los monstruos...