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«Al hambriento le concedió el don de la gula, para que el alimento no volviese a ser la causa de su sufrimiento»

Cuando el Rey Demonio entregó el poder de la gula a aquel hombre esquelético, no comprendió en qué le podía beneficiar. 

Cada vez que el hombre comía cualquier cosa, el sonido de miles de voces aparecía en su cabeza y sentía que se volvería loco. Aquello más que un regalo había sido como una maldición. 

Su hijo creció viendo cómo su padre sufría y evitaba comer en la medida de lo posible. El hombre sabía que cuando muriera, sería su pequeño hijo el que tendría que soportar aquellas voces y por él trató de vivir tanto como pudo. 

Sin embargo, lo inevitable acabó sucediendo y cuando el hijo heredó el poder de la gula su vida se volvió un infierno. Cuando comía y las voces aparecían, cerraba los ojos y trataba de ignorarlas, pero los demás lo veían como si estuviese loco. 

Por eso, acabó siendo rechazado por la sociedad. 

Su vida pasó a ser una maldición constante que debía soportar en soledad. 

¿Qué tipo de regalo le había entregado el Rey Demonio? ¿Cómo podía haber dicho que la comida dejaría de ser un sufrimiento cuando lo había convertido en algo peor que eso?

El chico, ya mayor, que recordaba todo lo que había soportado su padre, decidió que no podía rendirse tan fácilmente. Así que aprendió a fingir normalidad.

Gracias a eso, pudo lograr establecerse en un lugar sin ser considerado un loco, se casó y tuvo una hija. El miedo por el futuro de aquella niña fue lo que provocó que confiase en su esposa a la que le contó la verdad. 

Nunca debió hacerlo. 

Su esposa lo abandonó y él se quedó de nuevo solo con aquella niña que tendría que sufrir lo mismo que él algún día. 

Al igual que su padre, él trató de vivir mucho tiempo. Cuanto más tiempo viviese, menos dolor tendría que soportar su hija. Sin embargo, las cosas no siempre salen bien y acabó enfermando cuando la niña apenas contaba con trece años. 

Un día en el que él se encontraba postrado en la cama sin apenas energía, le contó a su hija todo lo que sucedería una vez que él muriese y le pidió perdón porque no deseaba que se quedara sola. 

Para su sorpresa, la niña no parecía asustada, en cambio le preguntó con su tono inocente:

—¿Y qué es lo que dicen las voces? 

—No lo sé —contestó él—. Son muchas y no puedo distinguirlas. 

—¿Pero lo has intentado? —preguntó la chica. 

Entonces fue cuando comprendió que el miedo a las voces había hecho que siempre huyera de ellas y que nunca se hubiese detenido a saber exactamente lo que estaban diciendo. 

Así, llevado por las palabras de su hija, el hombre se concentró y trató de aislar una sola voz de las que oía mientras comía para saber exactamente qué era lo que le estaba diciendo. Con un gran esfuerzo, logró entenderla:

—«No tengas miedo, nunca has estado solo ni tu hija lo estará». 

Aquella noche, el hombre falleció feliz y tranquilo de saber que habría quienes guiarían a su hija. 

La niña heredó el don de la gula y aprendió a escuchar las voces desde el principio. Descubrió que le hablaban del presente, le contaban cosas que estaban sucediendo en aquel instante y que podían ser útiles para ella, le aconsejaban sobre lo que debía hacer y cómo debía comportarse y le susurraban los secretos de las personas que la rodeaban. 

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora