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Se habían quedado en shock.

Isidoro había caído de rodillas, incapaz de permanecer en pie y abrumado por las emociones y Filadelfo no podía apartar la mirada del borde del precipicio por el que había visto caer al comandante.

Todo se había quedado en silencio y el amanecer llenó el paisaje con su luz, pero ninguno de los presentes, ni siquiera Pogo, sintió la calidez del sol en ese instante.

Freddy Trucazo había muerto. Todos habían sido testigos de lo que había ocurrido, pero ninguno lograba creer que hubiese sucedido realmente.

Pogo fue el primero en reaccionar. A pesar de la herida que el golpe de Isidoro le había causado, se repuso pronto y pudo levantarse con la mente más despejada.

Lentamente se acercó al precipicio y se asomó para observar la caída. No se podía ver el final de aquel abismo, solo una profundidad que se perdía entre las brumas de la aurora.

—Gustabo va a estar muy triste —comentó para sí mismo, con el corazón encogido y un tono lastimero—. Gustabo no debe recordar.

Entonces, volvió a mirar el lugar donde había estado el encapuchado. Por supuesto, Pogo sabía quién se escondía bajo aquella capa, pues ya se habían encontrado anteriormente. También sabía que era alguien persistente y que los atacaría de nuevo en cuanto tuviera oportunidad.

—Filadelfia dijo que el día era corto —dijo Pogo a los dos caballeros que aún trataban de sobrellevar el shock—, el día puede durar cuatro horas. Tenemos que salir de aquí antes de que vuelva a anochecer o estamos jodidos.

Isidoro y Filadelfo escucharon a Pogo como un eco lejano. Sabían lo que había dicho, pero no lograban procesar sus palabras y Pogo se dio cuenta. Así que optó por ser más brusco. Ya había perdido al comandante, si no ayudaba al traidor de Isidoro y al joven Casanova, Gustabo se hundiría completamente.

Pogo agarró a los dos y los obligó a levantarse. Ellos apenas opusieron resistencia, simplemente se dejaron llevar y se pusieron en pie. Entonces, Pogo los golpeó a ambos en las mejillas, con la fuerza justa para hacer que reaccionaran al fin, los miró con seriedad y señaló hacia una de las montañas.

—Hay que llegar allí antes de que oscurezca. Si no queréis morir, seguidme. Pogo os ayudará —dijo con firmeza.

Incluso Isidoro, que aún tenía reparos en aquel extraño Gustabo, vio en ese momento algo en él. Sus ojos fríos, que resaltaban en aquel rostro manchado de sangre, el mentón alzado, la expresión imperturbable. De alguna forma, le pareció más que nunca que realmente estaba ante el futuro emperador.

Gracias a Pogo, los tres se pusieron en marcha de inmediato hacia la dirección que había indicado el rubio. Allí estaba la fortaleza donde estarían a salvo, la capital del Reino de las Montañas. Una vez allí, cuando Gustabo volviera podría pensar en qué hacer. Mientras tanto, la misión de Pogo era llevarlo a un lugar seguro.

Pogo los alejó del acantilado con la intención de ayudarlos a sobrellevar la conmoción y bajaron una pendiente que se alargó durante una gran parte del trayecto. Anduvieron con cuidado, pero con pasos firmes y a buen ritmo. No podían permitirse perder ni un segundo y Pogo no les permitió detenerse más de lo necesario.

Filadelfo, que aún sentía el dolor de la herida de la pierna, la vendó de forma apresurada y trató de no retrasar a los demás. Sin embargo, en las partes del camino que se complicaban, ya fuera por la inclinación del terreno o por las numerosas rocas que entorpecían la marcha, no podía hacer otra cosa que tratar de apoyarse en los árboles o utilizar su propia espada como bastón.

Una vez que llegaron al final de la bajada, se encontraron ante una enorme subida, que los llevaría directamente al pie de la montaña, desde donde tendrían que escalar para llegar a la fortaleza, que, según se contaba, estaba situada en la cima más alta de la cadena montañosa. Un lugar inexpugnable para los enemigos y con un camino tortuoso para los aliados.

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora