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—¿Puede dejarnos la carta? —preguntó Freddy con indiferencia.

—No hay carta —respondió Gasolino sin dejar de sonreír—. Yo les digo opciones que pueden tomar y ustedes eligen.

La razón por la que aquel camarero nunca utilizaba un menú escrito era muy simple. Si no aparecían los precios escritos en ninguna parte, él mismo podía ir modificándolos a su antojo. De forma que una vez que los clientes realizaban el pedido, él mismo les cobraba lo que quería.

Por supuesto, era muy difícil engañar al comandante, que decidió utilizar a aquel estafador para obtener ventaja y lograr su objetivo.

—¿Qué es lo mejor que tienen? —preguntó.

A Gasolino se le iluminó el rostro y comenzó a hablarles de un delicioso menú con langostinos, caviar y un vino blanco que acompañaría a la perfección el plato. También, les relató las delicias de una carne de un tipo de vaca muy especial, criada en las mejores condiciones y que estaría complementado con un refinado vino tinto importado desde el Paese de la Mare (País del Mar), cosechado por la familia Gambino, jefes del negocio.

En realidad, la comida que hacían no era mucho mejor que la que se ofrecía en otros restaurantes, pero Gasolino era un experto en hacerla parecer mucho mejor de lo que era. Todo ello, sumado a las desorbitadas facturas que cobraba, habían logrado llamar la atención de la nobleza, que competía por aparentar tener más que el resto. De forma que cuanto más dinero pedía a sus clientes, mayor fama adquiría el local y más clientes adinerados aparecían. Uno de sus jefes solía decir a menudo que estaban haciendo el negocio del año.

Una vez tomado el pedido, Freddy ni siquiera pestañeó al escuchar el precio. Mientras que Gustabo trató de disimular su horror ante tantas cifras tosiendo y Gasolino no pudo evitar ampliar aún más su sonrisa ilusionado.

—Se nota que eres un conde —comentó Gustabo—, te sobra el dinero.

—Para algo tenía que servir —respondió Freddy quitándole importancia— y esta noche me apetece divertirme, así que pide todo lo que quieras.

Esto último lo dijo mirando a Gustabo fijamente y con un tono insinuante que no pasó desapercibido para él ni para el camarero, que se frotó las manos sin disimulo.

Gustabo tragó saliva.

—«Este hombre lo hace a propósito» —pensó el rubio considerando lo seductor que le parecía Freddy en ese momento.

«A Pogo le gusta el comandante» —comentó Pogo entusiasmado por el ofrecimiento.

En cuanto Gasolino se marchó tras tomar el pedido, Freddy se llevó las manos a la cabeza.

—Con toda la fortuna que tengo y ese pavo sería capaz de arruinarme en una sola cena —le dijo a Gustabo.

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La melodía de un piano alegraba aquel lugar de descanso, que se encontraba alejado de todo lo demás.

En el hermoso piano de pared situado en un extremo de la sala se encontraba un hombre alto, bien vestido con un traje a medida, cabello castaño, ojos claros y mirada seria, que tocaba el instrumento con elegancia.

En el centro de la sala, recostado en un diván, se encontraba otro hombre que tarareaba la canción al tiempo que movía las manos al ritmo de la música. Este otro tenía un cabello rubio bien peinado, barba cuidada y recortada a la perfección, también vestía un traje de forma impecable y en el cuello llevaba una cadena con una cruz que colgaba sobre su pecho. Mantenía los ojos cerrados mientras escuchaba y se dejaba llevar por la melodía.

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora