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Carmina había caído de rodillas al suelo y lloraba desconsolada. 

¿Qué había hecho? 

Había intentado envenenar al príncipe, una persona inocente que le había tratado bien y había estado a punto de convertirse en una asesina. Sin embargo, no lo había logrado y aquel fracaso tendría peores consecuencias, pues no solo ella estaba condenada, ahora sus hermanos también. 

La voz del comandante la sacó de aquel estado durante un instante. 

Freddy se encontraba delante de Gustabo, que se había levantado para acercarse al comandante porque este se lo había pedido, y sostenía su cara entre las manos, analizándolo detenidamente y asegurándose de que el rubio realmente se encontraba bien. 

—¿Has bebido algo? —preguntó Freddy. 

—No —respondió Gustabo, que aún estaba confuso por todo lo que acababa de suceder. 

—¿Estás seguro? 

—Que sí —contestó alargando la "i"—. Freddy, en serio, estoy perfectamente. 

Carmina los observó entre lágrimas y entonces comprendió todos los rumores que había escuchado. Así que aquel era el romance que el emperador no podía aceptar: el príncipe y el comandante. 

Ella ni siquiera se resistió cuando Rogelio apareció y le ató las manos con cuerdas.

El menor de los Trucazo se acercó a ella y se agachó para quedar a su altura. 

—¿Dónde está? —preguntó José María.

—En el bolsillo —contestó Carmina con voz temblorosa. 

Rogelio se encargó de registrarla y le entregó el hermoso frasco con forma de pétalo de rosa a JM. Él lo abrió con cuidado y lo olió para analizar el contenido. José María arrugó la nariz y lo volvió a tapar. 

—Hemos tenido suerte —comentó—. Una sola gota habría sido suficiente para detener su corazón en menos de un segundo. 

Gustabo contempló la escena en silencio y con una expresión seria volvió a sentarse junto a la ventana.

Freddy observaba a su hermano y al escuchar sus palabras se acercó a él. 

—Sabías que esto iba a suceder —dijo el comandante, tratando de aguantar la ira que sentía—. ¿Qué está pasando, José María?

—Cálmate un poco Freddy —contestó JM. 

Con un gesto ordenó a Rogelio que se marchara con la sirvienta, que sería interrogada más adelante, aunque podía imaginar cuál sería su historia, pues no era la primera vez que encontraba una situación similar. Solo una persona desesperada podría llevar a cabo un acto desesperado que le condenaría así.

Una vez que se quedaron los tres solos, José María Trucazo se sentó en uno de los asientos libres que estaba rodeado de libros, los apartó con el brazo y acomodó sus piernas sobre la mesa. 

—Creo que te debo algunas explicaciones —dijo tranquilamente—. Pregunta lo que quieras. 

Freddy apoyó la espalda en una pared y cruzó los brazos, tomando la misma actitud que su hermano. 

—¿Sabes quién ha sido? —preguntó el comandante. 

—Sí —respondió JM directamente y sin añadir nada más.

—¿Desde hace cuánto tiempo?

—Unos días.

—¿Por qué no me has avisado?

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora