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—«Por favor, solo unos pocos» —dijo Pogo en su mente otra vez.

—No —respondió Gustabo irritado.

Había pasado un par de semanas desde que terminó la misión de los Gambino y Gustabo, gracias a la influencia de Pogo, se había recuperado rápidamente de todas sus heridas. Había tenido suerte, pues habían sido superficiales y de alguna forma había logrado evitar quemaduras más graves, probablemente por la idea de cubrirse con aquellas cartas mágicas.

Sin embargo, desde aquel día Pogo había estado pidiendo insistentemente más "polvos mágicos". A pesar de que Gustabo le había dicho mil veces que le parecían peligrosos y que ni siquiera sabía dónde encontrar más, Pogo no había dejado de intentarlo.

Aquella no era la única novedad. Después de recuperarse y volver al trabajo habitual, había comenzado a pasar más tiempo con Freddy. No sabía la razón exacta, pero el comandante siempre lo estaba buscando ya fuera para entrenar o patrullar y él estaba encantado ya que lo pasaban muy bien juntos.

Gustabo sentía una gran curiosidad por lo que Freddy contó en el casino sobre su padre y Freddy, que desde el principio quería saber la historia del rubio, había decidido al fin preguntarle a Gustabo. Así que ambos habían empezado a hablar más de sus propias vidas y a contarse más detalles de su pasado.

Solo había una persona a la que no le agradaba tanto aquel cambio.

Isidoro lo había dejado pasar los primeros días, pero acabó sintiéndose apartado de Gustabo y comenzó a rondarlo con más intensidad en cuanto lo veía. Incluso había comenzado a levantarse más temprano para evitar que el comandante llegara antes que él y así poder pasar parte del día con su amigo. El resultado había sido que habían acabado pasando los tres juntos la mayor parte de los últimos días.

En realidad, a Gustabo no le molestaba, al contrario, le estaba resultando muy divertido. Los comentarios de Isidoro, las conversaciones con Freddy, las bromas entre todos. Estaban siendo unos días estupendos.

Y eso podía ser peligroso, pues Gustabo era consciente de que la felicidad siempre tiene un final.

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Freddy no había sido capaz de enfrentarse a Conway todavía. Al fin y al cabo no era tan sencillo decirle en la cara al mismísimo emperador que sospechaba que él había iniciado una guerra sin sentido.

Si repasaba los hechos le parecía lógico que hubiese sido él.

Albertito y Leopoldo habrían entrado en el bosque por orden de Conway con la misión de encontrar al encapuchado y hacer algún trato. Sus muertes se podrían deber a un mal acuerdo o a que no podía dejar testigos de la conversación que hubiese, quizá para no implicar al emperador.

Después, los enviaría a ellos a investigarlo para disimular o quizá para obtener alguna información sobre el encapuchado.

Quizá lo que Conway quería era el poder de dominar a los monstruos. En cualquier caso, el encapuchado probablemente se había puesto en contacto con él de alguna forma y había iniciado la guerra en el Reino de las Montañas.

El cierre de las fronteras no permitiría que nadie se enterase de lo que estaba sucediendo allí y así no podrían recibir ayuda, logrando la conquista completa.

Freddy seguía dándole vueltas al motivo que lo habría llevado a iniciar aquella lucha. ¿Podría ser que solo lo hiciera para conquistar un territorio? No tenía sentido. El reino de las Montañas era un lugar tosco y frío. Lo único que conseguiría allí sería rocas y nieve.

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora