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Freddy, Isidoro y Filadelfo siguieron la luz de la antorcha que Pogo llevaba y salieron al exterior. 

Aunque ya no estaban atrapados en aquella casa, el peligro no había terminado. En su lugar, se encontraban en campo abierto y en mitad de una noche en la que no había luna o las nubes tapaban su luz.

Entonces, Pogo le pasó la antorcha al comandante, indicándole así que tomara el mando. Al fin y al cabo, Freddy era el comandante y Pogo solo quería ensartar cuchillos en monstruos. 

Freddy los guio hacia otra de las casas abandonadas, donde estaban resguardados los caballos en los que habían estado viajando. Con ellos, quizá podrían huir el tiempo suficiente como para que la luz del día desplazara la oscuridad.

El problema era que no sabían si serían más rápidos que aquellas criaturas de las sombras, pero solo así tendrían una oportunidad. Al menos había que intentarlo.

De esta forma entraron rápidamente en la casa que servía de establo, subieron a los caballos apresuradamente y partieron sin demorarse.

Espolearon a los caballos hasta que alcanzaron una buena velocidad y sintieron que se alejaban de la aldea y los monstruos, pero la noche aún estaba sobre ellos.

—¿Cuándo cojones se va a hacer de día? Vaya puta noche eterna, tete —gritó Isidoro, mientras iban a la carrera.

—Isidoro, pituco, cuánto más lo pienses es peor —respondió Freddy.

—En realidad lo que pasa es que en el norte las noches son más largas, en esta época hay días en los que hay sol durante apenas 4 horas —comentó Filadelfo, exponiendo la cruel verdad con la inocente intención de explicar datos de interés.

—Así no ayudas —dijo el comandante.

El viento causado por la velocidad apagó el fuego de la antorcha y se quedaron sin guía, lo que dificultó enormemente la tarea de cabalgar juntos.

—¡No os separéis! —gritó Freddy por encima del ruido causado por los cascos de los caballos y el viento— Quiero que permanezcamos juntos, guiaros por el oído y estad atentos a cualquier movimiento, ¿entendido?

El ruido de una multitud aproximándose a sus espaldas provocó que aumentaran la velocidad. Era como si miles y miles de animales que se deslizaban sigilosamente se aproximaran. El sonido de distintas pisadas en el campo y rugidos lejanos los alertaron de la distancia cada vez más corta de los monstruos que aún les perseguían. 

Pronto llegaron a la linde de un bosque. Las sombras de los árboles apenas se podían distinguir en la oscuridad. Freddy se encontró aquí con una nueva decisión que tomar. Si entraban en el bosque, quizá los árboles les proporcionarían escondite y refugio, pero, al mismo tiempo, los caballos se verían en dificultades para continuar a la carrera y el sol del día tardaría más en alcanzarlos. Así pues, ¿merecía la pena adentrarse entre los árboles? ¿Qué debía hacer?

Finalmente, Freddy giró a la derecha y continuó siguiendo la frontera del bosque, pero sin entrar en él. Decidió que lo más sensato sería permanecer cerca, pero no adentrarse entre los árboles, salvo en caso de necesidad.

—Vamos, por favor, que salga ya el sol —murmuraba el comandante mientras continuaba guiando al resto a través del campo.

Sin embargo, los monstruos los superaron en velocidad y pronto los alcanzaron. Pogo, que iba el último, agarró la espada para quitarse de encima a algunas de aquellas criaturas que habían comenzado a saltar sobre él para intentar derribarlo del caballo. Isidoro observaba con curiosidad y horror la sonrisa en el rostro del rubio, que parecía disfrutar del momento. Freddy, por otra parte, ordenó que se adentraran todos en el bosque en cuanto se dio cuenta del ataque.

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora