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Los monstruos liberaron a Gustabo, que aún estaba tosiendo y tenía el cuello marcado por las manos de Gordon. 

Las criaturas de repente dejaron de atacar a los humanos y comenzaron a deambular sin rumbo alguno. Era como si estuvieran perdidas, como si no comprendieran cómo habían llegado hasta allí. 

Gustabo las observó fijamente. Sentía que podía entender a aquellos monstruos con los que había convivido tanto tiempo. Aquellos cuya existencia había sido tan similar a la suya durante algunos años. Seres que solo estaban allí como restos de una antigua magia, desaparecida por culpa de una promesa incumplida. 

Ellos no habían atacado a los humanos si no invadían su territorio, solo se mantenían ocultos en las sombras. Hasta que llegó Gordon y los controló a todos para usarlos como herramientas. 

Qué triste existencia había sido la de aquellos monstruos, que solo podían vivir en las sombras. 

—¡Gustabo! —gritó una voz que el rubio reconoció rápidamente y lo sacó de sus pensamientos.

En seguida apareció en su campo de visión el comandante Freddy Trucazo, quien había disparado aquella certera flecha con la que le había salvado la vida una vez más. 

Freddy pudo acercarse a él en esta ocasión, pues tras la muerte del emperador, su orden había quedado anulada. Entonces, se agachó delante de él, apoyó las manos en su rostro y comenzó a examinarle de la cabeza a los pies buscando heridas y asegurándose de que estaba bien. 

Cuando vio las marcas en su cuello, frunció el ceño y un destello de ira cruzó su expresión. Habría vuelto a matar a Gordon si hubiese podido, pero Gustabo acarició las manos que mantenía sobre sus mejillas y lo miró con aquellos ojos llenos de vida. 

Sí, ojos llenos de vida porque había regresado de entre los muertos. 

La última vez que Freddy había estado junto a Gustabo, este yacía inerte sobre la cama de la sala de la sanadora. Su piel se había vuelto excesivamente pálida y su corazón había dejado de latir, atravesado por un puñal. En cambio, ahora estaba allí, delante de él, observándole. El color había vuelto a sus mejillas, podía percibir el calor de su cuerpo ante él y el ritmo de las pulsaciones había regresado. 

Toda la carga que había estado aguantando, desapareció de golpe en el instante en el que fue consciente de todo ello. Suspiró profundamente, dejó caer la cabeza y apoyó la cara en el hombro del rubio, que alzó un brazo hacia la espalda de Freddy y envolvió el cuerpo del comandante en un abrazo, tratando de transmitirle todo lo que deseaba decirle. 

—To... todavía no... no hemos terminado —susurró Gustabo apenas con un hilo de voz al cabo de un rato. 

Si bien los monstruos ya no los estaban atacando, aún deambulaban a su alrededor. Mientras tanto, los demonios continuaban sobrevolando por el cielo sin saber qué hacer, pues necesitaban a su líder, que estaba atrapado en tierra. 

Freddy resopló. Ciertamente aún quedaba algo por hacer.

Sin embargo, primero alzó el rostro y unió sus labios a los de Gustabo en un beso lleno de desesperación y anhelo. Solo después de tomarse su tiempo en aquel contacto, respondió. 

—Tienes razón, Gustabiño. No hemos terminado. 

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Gustabo era consciente de lo que debía hacer a continuación. Necesitaba utilizar una vez más el don del orgullo y, a pesar de que se prometió a sí mismo que sería la última vez, solo de recordar lo que sucedió con el resto de sus antepasados fue suficiente para temer a aquel poder. ¿Y si volvía a necesitarlo? ¿Cuántas veces habían dicho los antiguos emperadores que sería la última vez y habían continuado utilizándolo?

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora