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Cuando Gustabo abrió los ojos sintió que despertaba de un sueño profundo y que llevaba mucho tiempo durmiendo. No recordaba nada de lo que había soñado, pero la voz de su madre permanecía en su mente como un sonido sin forma. Entonces tuvo la seguridad de que Pogo había salido, pues un nuevo dato de sus memorias olvidadas indicaba que aquello que escuchaba en su cabeza había estado controlando su cuerpo.

—Buenos días, bella durmiente —dijo alguien cerca.

Gustabo se sobresaltó y se incorporó de golpe, ocasionando un leve mareo por el repentino movimiento. Se llevó una mano a la cabeza y se encontró cara a cara con Freddy, que lo miraba con una curiosidad muy evidente.

—Empieza tu primer día de entrenamiento, así que levántate ya, vamos.

Aún adormilado, el rubio miró a su alrededor. Se encontraba en una habitación sencilla, con poco mobiliario: la cama en la que él estaba sentado, una silla a su lado, de la que el comandante se acababa de levantar y una mesita pequeña con una jarra de agua. El color del alba se filtraba por la ventana de la estancia en la que se encontraba. Aún no había salido el sol. Entonces, terminó de procesar las palabras que le había dicho.

—¿Perdona? ¿Has dicho entrenamiento? —preguntó confundido. ¿No estaba él en una prisión siendo interrogado por Freddy y apaleado por el emperador?

—Eso he dicho, sí. ¿Me escuchas o no me escuchas? —contestó al tiempo que rodeaba la cama y le lanzaba una camisa a la cara.

—¿De qué entrenamiento hablas? Si no me explicas, ¿cómo quieres que lo sepa? —dijo Gustabo apartando la prenda y dejándola sobre la cama.

—Mira, pituquiñi, no tengo ni idea de lo que sabes y lo que no, pero, en resumen: la liaste y tu condena es convertirte en un caballero y servir al Imperio.

Gustabo se quedó sin palabras, congelado y sorprendido en el sitio en el que se encontraba.

—«¿Me puedes explicar qué cojones has hecho, Pogo?» —preguntó en sus pensamientos.

—«Pogo resolvió» —fue su única respuesta.

—Yo no quiero ser un caballero —dijo Gustabo de mal humor dirigiéndose a Freddy.

—¿Y a mí qué me cuentas, pavo? Si prefieres que te ejecuten, vas tú y se lo dices a Conway. Yo ya tengo bastante con ser tu supervisor, eso sí que es una condena, neno.

El rubio se levantó y se acercó al comandante para tratar de convencerlo de que aquello no era una buena idea. Fue entonces cuando fue consciente de su aspecto: con el cabello despeinado, el torso desnudo y sus pantalones aún manchados por el polvo de la celda. Sin embargo, Freddy ni siquiera le dejó hablar, simplemente se apartó y se acercó a la puerta, donde lo esperó.

—Si quieres desayunar algo, date prisa, Gustabiño.

Y así, Gustabo entendió que no le quedaba otra opción que aceptar aquel destino impuesto. Con resignación, se puso rápidamente su camisa, llena de polvo y sangre seca y siguió al comandante que ahora se había convertido en su superior.

—Espero que al menos haya buena paga —murmuró al llegar a su lado.

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Freddy llevó a Gustabo al edificio de los caballeros. Se encontraba cerca del campo de entrenamiento dentro de los inmensos terrenos del palacio, aunque se tardaba más de media hora en llegar hasta allí desde el edificio principal.

—Aquí es donde se alojan los caballeros que proceden del pueblo o aquellos que no tienen otro lugar al que ir —explicó el comandante dirigiéndole una mirada significativa—. Hay algunos nobles que son caballeros, pero ellos tienen su lugar cerca del emperador o en mansiones propias, así que no se acercan mucho.

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora