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A Gustabo le encantaba su soledad. Al menos era lo que él mismo se repetía a diario para acallar esa voz en su cabeza que le instaba a buscar a alguien con quien sentirse acompañado.

Sin embargo, él no quería ni necesitaba estar con nadie más. En primer lugar, era una persona desconfiada por naturaleza. La vida en las calles le había enseñado a ser así, era necesario sospechar de las intenciones de todos para sobrevivir. En segundo lugar, Gustabo tenía un gran secreto y era imposible para él relacionarse con cualquiera.

Sin duda, su vida había sido muy difícil, pero no siempre estuvo solo y fue feliz durante mucho tiempo junto a su amigo Horacio, que para él era como un hermano.

Horacio era la persona más importante de su vida. Desde el principio estuvieron juntos y es que los recuerdos de Gustabo comenzaban el día que conoció a Horacio en las calles de la capital cuando apenas eran unos niños. Ambos se encontraron por casualidad mientras intentaban robar comida del mismo puesto de fruta y entre ellos surgió una conexión y una amistad instantánea.

Las aventuras de Gustabo y Horacio, los dos niños callejeros que se cuidaban mutuamente, trataban de supervivencia, pero también de amor. Crecieron juntos, pasaron por dificultades y las superaron. Tuvieron algunos trabajos, aunque principalmente fueron ladrones, conocieron a muchas otras personas y viajaron por distintos lugares. No tenían un hogar, pero ellos estaban bien mientras se tuvieran el uno al otro.

Sin embargo, toda historia tiene un final y la de ellos acabó cuando dio comienzo otra distinta. Horacio conoció a alguien. Un guapo extranjero con el cabello plateado: Víktor Volkov. Había sido amor a primera vista, al menos para Horacio. El extranjero se hospedó en la posada en la que ellos trabajaban en esa época y así fue cómo se conocieron. Sin embargo, él parecía ser algún noble, ya que traía escoltas y vestía con ropa de calidad. Gustabo pensaba que Horacio no tenía ninguna oportunidad, pero cuando el señor Volkov les ayudó con unos problemas que tuvieron debidos a las amenazas de una banda de ladrones todo cambió.

Al final de una serie de aventuras y desventuras, Horacio decidió que debía irse con Volkov y Gustabo que debía proteger su secreto y mantenerse alejado de las personas. Así, sin más, sus caminos se separaron.

Apenas habían transcurrido unos años desde la despedida y aún echaba de menos a Horacio, pero, al mismo tiempo, sabía que había hecho lo correcto.

Ahora vivía tranquilo, en una cabaña situada en mitad de un bosque al límite mismo del Imperio. Era como tierra de nadie, un lugar donde nadie podría molestarlo, donde su secreto estaría a salvo, donde nada malo podría suceder.

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Freddy apenas había dormido aquella noche. Tenía tantas cosas en la cabeza que no podía parar de pensar. Además del trabajo, había notado algo en su hermano, tenía la sensación de que le ocultaba cosas y eso era algo peligroso. José María era alguien de su confianza y manejaba mucha información importante. «Es mi hermano» se decía a sí mismo «nunca haría nada estúpido». Sin embargo, en cuanto parecía relajarse un poco, volvían a asaltarle las dudas. Había descubierto que a veces salía de la mansión a escondidas y eso le molestaba profundamente. De nuevo, volvió a convencerse a sí mismo de que no era nada malo, pues José María y él estaban unidos por un pacto de sangre, incluso más fuerte que el hecho de ser hermanos, desde el día que ambos conspiraron para acabar con su padre. Probablemente se estaba viendo con alguien, tendría algún lío amoroso del que no quería hablar. Sí, seguramente era eso.

Ni siquiera había salido el sol cuando recibió un mensaje del emperador, que requería su presencia en el palacio inmediatamente. Tras aquella noche de insomnio no le quedó más remedio que acudir con unas marcadas ojeras que rodeaban sus ojos y hacían juego con su vestimenta completamente negra: pantalones, camisa y botas oscuras acompañados de una larga capa del mismo color que ondeaba a su paso.

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora