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Horacio se despertó cuando escuchó el susurro de unas voces.

Se pasó una mano por el rostro lentamente para despejarse y comprobó que efectivamente Volkov no se encontraba a su lado en la cama. En su lugar había un espacio vacío entre las mantas que aún conservaban el calor de su cuerpo.

—Lo siento, H, no quería despertarte. Sigue durmiendo si quieres —dijo la voz calmada de Volkov al verlo con los ojos abiertos tras cerrar la puerta de la habitación que ambos compartían.

—¿Ha pasado algo Vik? —preguntó Horacio con un tono adormecido.

Víktor Volkov era el rey del Reino del Norte, un lugar que estaba en guerra desde hacía meses, y Horacio Pérez su consorte. Ninguno de los dos tenía apenas descanso, pues ambos tenían que lidiar con los continuos ataques de monstruos por las noches y durante los días administrar la capital, en la que se habían resguardado personas de todo el Reino. Por esa razón, los dos lucían un aspecto agotado incluso cuando acababan de despertar del breve e intranquilo sueño al que ya estaban acostumbrados.

A pesar de todo, Horacio no habría cambiado jamás su decisión de marcharse con Volkov, pues el amor que sentían el uno por el otro había florecido con el paso de los años de forma lenta, pero intensa. De alguna forma, Horacio había logrado atravesar la frialdad de Volkov y derretir su corazón con paciencia y cariño. En algún momento habían llegado a aquel punto en el que habían forjado una hermosa relación llena de amor y confianza y ambos tenían la seguridad de que duraría hasta el fin de sus días.

Y es que formaban una pareja que resaltaba allá dónde iba, pues tenían aquella apariencia tan contraria y armoniosa que llamaba la atención de todo el mundo. Volkov era alto, fibroso, pero delgado, de piel pálida y cabello blanquecino. Contenía un porte y elegancia propios de la realeza y cada uno de sus movimientos era refinado. Mientras tanto, Horacio era musculoso, con piel morena y un pelo extravagante que solía teñir con tonos rojizos y dejarse en una cresta peinada hacia un lado. Su personalidad extrovertida se demostraba en cada cosa que hacía y su pasado en la calle era parte de su mismo ser.

—Ivanov ha traído un informe —explicó Volkov tras un suspiro—. Parece que ha arrestado a tres individuos sospechosos que estaban cerca de la montaña en plena noche. Por lo visto vienen del Imperio. He mandado que los prepare para interrogarlos.

—¿Y no podía esperar a que llegara el día para informar? —respondió Horacio algo molesto.

Los monstruos solían atacar la fortaleza con frecuencia cada noche, pero, por algún motivo que desconocían, habían estado más calmados durante los últimos días. Hacía semanas que no tenían un respiro como aquel y Horacio quería que Volkov descansara todo lo posible. Él había visto cómo el rey trabajaba a todas horas y pasaba días y noches en vela. Incluso con su ayuda, Volkov seguía siendo el soberano y su rango le exigía ciertas ocupaciones que él no podía cumplir. Así que no podía hacer más por él de lo que ya hacía.

—Horacio, está amaneciendo, ya es de día —dijo Volkov con una de esas sonrisas que solo dedicaba a su esposo.

Horacio miró hacia la ventana con una mueca de disgusto.

—Apenas está saliendo el sol. Deberías descansar más ahora que puedes. No sabemos cuándo van a volver esos bichos —comentó Horacio, al tiempo que se levantaba de la cama.

—Da igual. Es mi trabajo —respondió Volkov, tratando de quitarle importancia. Entonces, vio que Horacio se estaba vistiendo apresuradamente y frunció el ceño—. ¿Qué haces? ¿Dónde vas, H?

—Creo que está claro. Me encargo yo. No pierdas el tiempo con unos putos traidores del Imperio y quédate aquí a descansar más.

—Gracias, cariño, pero no puedo. Por eso soy el rey. Además, tú también estás agotado —respondió Volkov, analizando las ojeras que enmarcaban el rostro de Horacio.

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora