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La lluvia caía con fuerza cuando los caballeros llegaron al pueblo. Había sido un viaje agotador de dos días a galope y sin apenas descanso. Freddy quería llegar cuanto antes, pues cuanto más tiempo tardaran menos pistas quedarían. Por eso, eligieron la ruta más corta y trataron de ir a la máxima velocidad posible. Lograron hacer en tiempo récord un viaje que en condiciones normales habría podido ser de una semana aproximadamente. Para colmo, la lluvia los acompañó la mitad del camino y cuando llegaron los caballos estaban cansados y hambrientos y los caballeros empapados y agotados.

A pesar de todo, mientras los demás descansaban, Freddy tenía claro por dónde quería empezar su investigación. Así que no perdió ni un segundo y, tras instalarse en la posada, se acercó a los dueños del lugar para preguntar dónde podía encontrar al hombre que había logrado salir del bosque ileso. En cuanto le dieron una dirección, se abrochó la capa de viaje aún empapada, se echó sobre las cabeza la capucha para protegerse del temporal y encaminó sus pasos hacia allí.

No tardó demasiado en encontrar el lugar, tal y como le habían indicado, la casa estaba cerca de la taberna y era muy reconocible por el letrero de madera colgado en la puerta. Aunque estaba en mal estado, escrito con borrosas letras llamativas y coloridas se podía leer: «Psicólogo». 

Freddy llamó a la puerta dando tres golpes con el puño, pero no hubo respuesta inmediata. La luz que se colaba a través de las rendijas de la madera de la entrada le indicaban que había alguien en el interior, así que insistió y golpeó tres veces más. En esta ocasión, escuchó el sonido de unos pasos. Finalmente, la puerta se abrió. 

—¿Qué pasa, tete? ¿Necesitas algo o qué? 

El comandante arqueó una ceja. El hombre joven que tenía delante no era exactamente lo que esperaba de alguien que había sobrevivido a un lugar en el que nadie se atrevía a entrar. Un tipo con una barba fina recortada al milímetro y un dibujo rapado en el pelo con forma de corazón. Llevaba una camisa ajustada y los pantalones caídos, como si una cosa le quedara estrecha y la otra demasiado grande. Freddy quería preguntarle por el bosque, pero lo que escapó de su boca con un tono de incredulidad fue:

—¿Tú eres psicólogo?

—Así es: soy Isidoro Navarro, psicólogo femenino. Es que tengo que arreglar el cartel —añadió mirando el desgastado trozo de madera con letras borrosas.

—¿Femenino? 

—Sí, solo atiendo a mujeres. Soy un especialista. 

Durante un momento, Freddy se quedó sin palabras. Lo último que esperaba era encontrarse con alguien así. No sabía si reírse o echarse las manos a la cabeza. En cualquier caso, la lluvia continuaba cayendo sobre él y notaba el peso del agua sobre la capa de viaje que le cubría. 

—Oye, todo eso está muy bien, pero, ¿por qué no me dejas pasar y hablamos sin que me diluvie encima?

Isidoro lo pensó un instante. No lo admitiría nunca, pero cuando abrió la puerta y vio a un tipo vestido completamente de negro, con una capucha y en mitad de aquella tormenta, pensó que podría ser su fin. A pesar del susto inicial, había decidido hablar con el desconocido sin más. Podría parecer una tontería, pero así era él. Además, no es que estuviese completamente indefenso. Isidoro era ciertamente ágil y era capaz de escabullirse si era necesario. 

—Claro, tete. Te dejo pasar y te hago un té si quieres —dijo con ironía—. Primero al menos dime quién eres, ¿no te parece? 

—Soy el comandante del ejército imperial, Freddy Trucazo. Tengo que entrar en ese bosque y he oído que tú has estado ahí. Quiero que me cuentes exactamente lo que has visto, ¿oíste? —la voz de Freddy era autoritaria y clara. 

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora