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La ciudad se iba perdiendo a lo lejos, conforme Freddy iba alejándose hacia el norte. El sol brillaba sobre su cabeza y apenas había nubes que lo ocultaran. El cielo tenía ese color azul tan puro que parecía infinito y que al comandante le traía el recuerdo de unos ojos que no deseaba olvidar.

Freddy no iba demasiado deprisa. Llevaba el caballo en un trote ligero, pues no dejaba de voltear la vista, pensando en cuánto tiempo tardaría en volver.

Finalmente, cuando la capital se perdió en el horizonte, miró hacia delante y continuó sin parar.

El día era agradable y el camino tranquilo y apacible. Al menos así fue durante un rato.

Llevaba apenas unos minutos cuando unos jinetes encapuchados lo asaltaron repentinamente. Lo alcanzaron y se situaron a cada lado de Freddy, impidiéndole marchar hacia ninguna otra parte. Otro llegó y los siguió desde atrás, acercándose cada vez más.

—¡¿Se puede saber qué pasa, neno?! ¿Qué queréis de mí? —gritó Freddy.

Ninguno de los asaltantes contestó, pero uno de ellos hizo una especie de señal. Para sorpresa del comandante, el que estaba detrás se cambió a su caballo de un salto y se sentó detrás de él. Entonces, agarró las riendas, rodeando a Freddy con los brazos e hizo que el caballo acelerase hasta dejar atrás a sus compañeros y perderse entre los árboles.

Con una velocidad asombrosa, el comandante pensó rápidamente diversas estrategias de defensa y contrataque. Sin embargo, se percató de que las acciones de su asaltante no buscaban hacerle ningún daño. Al contrario, parecía querer algo de él, quizá alguna negociación, pues lo que había hecho es aislarse hasta quedar ellos dos solos en un punto del camino en el que probablemente esperarían la llegada de sus compañeros.

Poco a poco el asaltante fue deteniéndose, pero no permitió que Freddy desmontara del caballo, ni él se bajó del animal. El comandante no podía verle el rostro, pues el desconocido estaba situado a su espalda y no podía voltearse, ni hacer ningún tipo de movimiento. Estaba completamente atrapado.

—Esta vez no vas a ir a ningún lado sin hablar conmigo, Freddy —susurró una voz que reconoció al instante en su oído.

Su cuerpo reaccionó a aquel sonido con un estremecimiento y el corazón comenzó a latirle más deprisa al entender todo lo que estaba sucediendo.

—¿Gustabiño? —preguntó ilusionado conociendo la respuesta.

—¿Si te contesto vas a salir huyendo de nuevo? —respondió el rubio—. Aunque tampoco es que puedas.

Y es que ese había sido su plan. Gustabo pensó que el poder de Conway tenía sus vacíos legales y así se lo explicó a Freddy, que escuchaba con el cuerpo completamente paralizado debido a la orden que pesaba sobre él como una maldición.

—Dijiste que no podías acercarte a mí porque te lo ordenó el emperador —dijo Gustabo—. ¿Cuáles fueron exactamente sus palabras?

—Dijo: "te ordeno que no te acerques a mi hijo, Trucazo" —respondió Freddy, haciendo una imitación más o menos decente del tono de voz del emperador.

—¿Ves? En realidad no estás desobedeciendo nada —continuó Gustabo expresando su reflexión—. Tú no te has acercado a mí, solo tienes que intentar no alejarte tampoco.

Freddy comprendió lo que Gustabo quería decir. Si interiorizaba la orden de Conway de forma literal, él no podría acercarse al príncipe, pero Gustabo sí podría ir hacia él todo lo que quisiera.

—Pensaba que el emperador te había prohibido estar conmigo —dijo Freddy con una sonrisa, viendo el fin de aquellos días de frustración.

—Y yo pensaba que me conocías mejor —respondió Gustabo—. ¿Desde cuándo hago yo lo que me dicen?

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora