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Gustabo y Freddy habían estado en el festival desde el primer día, pero no habían podido disfrutarlo.

Freddy ni siquiera había prestado atención a su alrededor, pues había estado en aquella búsqueda desesperada. Mientras que Gustabo, que había sido testigo de la cuenta atrás que daba comienzo al festival, no se había sentido incluido en aquel ambiente festivo. Simplemente había sido un espectador de la felicidad ajena.

¿Quién les hubiera dicho que apenas un par de días después ambos estarían disfrutando del festival en una cita?

Era el último día de celebraciones y la puesta de sol teñía todo con colores rosados y naranjas. Las nubes eran como algodón de azúcar y decoraban el cielo en aquella última velada festiva.

Gustabo paseaba junto a Freddy observando todo a su alrededor como si fuera la primera vez. A pesar de que habían patrullado juntos tantas veces, en ese momento se sentía nervioso y de vez en cuando miraba al comandante de reojo. Después de descansar y prepararse para aquella tarde, Freddy lucía muy atractivo. Había logrado apartar esa imagen agotada de él y en ese momento se veía relajado y tranquilo.

—Si sigues mirándome así, voy a empezar a creer que quieres comerme, Gustabiño —dijo Freddy de repente.

El rubio se sonrojó al verse descubierto.

—Qué egocéntrico, no te miraba a ti, miraba eso —respondió Gustabo rápidamente y se acercó al puesto de un vendedor cercano para fingir que estaba muy interesado en sus productos.

Freddy disimuló una risa y pensó en lo fácil que era saber exactamente lo que pensaba el rubio. Le encantaba ver aquel tipo de reacciones y de expresiones en Gustabo y más aún saber que había sido él quien las había provocado.

Juntos continuaron mirando los puestos de los vendedores hasta que el delicioso olor de comida acabó atrayendo su atención y compraron algo para cenar mientras observaban el resto del festival.

Después, encontraron unos tablones de madera a modo de escenario en el que comenzó una obra de teatro. Los protagonistas eran una pareja de guerreros que derrotaban a un monstruo y se enamoraban. Luego, se casaban y se convertían en los reyes de un lugar. Eran felices y creaban una familia, hasta que, de repente, todo se volvió trágico.

Freddy comprendió que trataban de representar la tragedia de la muerte de la emperatriz y se preocupó por cómo podría afectar a Gustabo. Sin embargo, cuando lo miró se encontró con unos ojos llenos de curiosidad que no se despegaban de la actuación. El rubio contemplaba cada palabra y cada suspiro de los personajes con la expresión triste de un espectador que no tiene relación con lo que está viendo.

La reina en la obra de teatro moría tratando de proteger a su hijo, que era secuestrado por los asesinos que habían entrado en el palacio. El niño no podía ver a su madre mientras fallecía, pues era arrastrado por los villanos y ni siquiera tenía la oportunidad de llorar su pérdida. Era el padre el que aparecía en sus últimos momentos para una trágica despedida dramatizada en la que prometía a la reina moribunda que encontraría al príncipe desaparecido.

—No —dijo Gustabo en un murmullo que atrajo la atención del comandante—. No fue así.

Cuando Freddy lo volvió a mirar, el rostro del rubio hizo que se estremeciera. Mantenía los ojos muy abiertos y sin parpadear, con la vista fija en la representación. Tenía una extraña expresión nostálgica y parecía estar en trance.

—¿Qué has dicho? —preguntó Freddy extrañado.

Gustabo parpadeó de repente y volvió a mirarlo con una expresión normal.

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora