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Gustabo se despertó lentamente.

Notó su cuerpo cansado, como si hubiese estado entrenando durante todo el día. Los párpados le pesaban y no conseguía abrir los ojos, aún sumido en un sueño semiconsciente, que poco a poco se iba desvaneciendo entre las brumas de su memoria.

En el sueño pudo ver, por primera vez, el rostro que acompañaba a aquella voz que durante los últimos meses había tenido tan presente.

Al fin, pudo recordar el rostro de su madre. Su cabello era largo y rubio, con algunas ondas que se mecían en la brisa como si los rayos del sol danzaran sobre ella e iluminándola con un aura especial. Sus ojos eran de un color azul tan profundo como el cielo y resplandecían de pura felicidad con solo mirarle. Podía ver cómo su hermoso rostro, con rasgos finos y piel pálida, mostraba la más bella de las sonrisas.

Cariño, ven, tengo un regalo para ti —decía con aquel tono tan dulce, aquella voz que había permanecido con él a través del tiempo y superando el olvido.

Gustabo estuvo a punto de descubrir cuál era el regalo que su madre le entregaba en aquel maravilloso día soleado, pero aquel nuevo recuerdo llegó a su fin antes. De repente, percibió la dureza de un suelo en su espalda, el frío colándose a través de la ropa y la humedad del ambiente que sus sentidos pudieron reconocer.

Finalmente, abrió los ojos. Al principio no notó ninguna diferencia, la oscuridad lo envolvía. ¿Realmente se había despertado? Sin embargo, pronto sus ojos se adaptaron a esa oscuridad y pudo empezar a vislumbrar el lugar en el que se encontraba. Gruesos muros de piedra y un suelo rígido, del mismo material, apenas cubierto por una capa de rastrojo.

Gustabo se sintió completamente desorientado.

Lo último que recordaba era estar en una casa abandonada, acompañado de Filadelfo y de Isidoro. Freddy había salido a confirmar cuál era el peligro al que se enfrentaban. Quiénes eran sus enemigos, si eran monstruos o humanos y cuántos había.

Entonces, algo cayó del techo sobre ellos y sobre el fuego que los protegía. Gustabo empujó a Filadelfo y a Isidoro hacia ambos lados, para evitar que fueran aplastados, las llamas que ardían en el centro se apagaron y Gustabo se dejó llevar por la oscuridad.

Gustabo resopló. La peor parte de que saliera Pogo siempre era aquel momento de desorientación. Ese lapsus en su memoria, no saber dónde estaba ni cómo había llegado hasta allí. Normalmente no le daba mucha más importancia, pero aquella vez no estaba solo y se preguntó qué había sido de todos sus compañeros, especialmente de Freddy.

Una vez recompuesto mentalmente, se levantó para analizar el lugar, pero rápidamente se detuvo, pues comprendió inmediatamente que se encontraba en una prisión. Las barras de metal que había en el techo debían ser la puerta. Por eso todo estaba tan oscuro: porque era una prisión subterránea.

—¿Gustabo? —preguntó alguien desde una esquina y Gustabo lo reconoció al instante.

—¿Filomeno? ¿Qué ha pasado? —respondió Gustabo.

—¡Isidoro! ¡Se ha despertado! —dijo Filadelfo, ignorándole.

Desde un rincón, dos figuras que habían permanecido agazapadas en las sombras se levantaron y se acercaron a él con cautela. Tanto Isidoro como Filadelfo tenían un aspecto terrible. Despeinados, cansados, sucios, heridos y con las ropas rasgadas. Gustabo supuso que él no debía estar mucho mejor, pues incluso sentía que tenía el rostro cubierto por algo que prefería no saber.

—Espera, ¿eres mi Gustabo o sigues siendo el otro tipo? —preguntó Isidoro.

—«Por supuesto, han conocido a Pogo» —pensó el rubio.

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora