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Gustabo y Freddy se miraron a los ojos.

Silencio.

Pasaron muchas cosas por la mente de cada uno de ellos.

Desde el punto de vista de Freddy, al fin el joven se acercó a él y no podía apartar la mirada de su rostro. Sin duda, aquel ángel sería su salvación, igual que fue la de Isidoro. Estaba expectante, deseaba escuchar su voz, saber lo que diría a continuación.

Lo que no esperaba era que pasara de largo por su lado sin hacerle el menor caso. Freddy no se lo podía creer, ¿en serio estaba pasando de él así? Cuando ya le estaba dando la espalda, alejándose por el lateral de la casa, el comandante sacó fuerzas de la frustración para gritarle.

—¡Oye, Rubia! ¿Es que no piensas ayudarme o qué? ¿No ves que me estoy desangrando?

Gustabo se detuvo y se dio la vuelta para volver a mirarle. Entonces respondió:

—¿Y?

«Me cago en mi puta madre» pensó Freddy, «voy a matar a este pavo». Y realmente lo habría hecho si su cuerpo hubiera resistido un poco más, pero aquel esfuerzo le costó las últimas reservas de energía que le quedaban y finalmente perdió la consciencia.

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Cuando Gustabo se había despertado un par de horas antes, la lluvia estaba dejando de caer y el olor del amanecer empañó sus sentidos. Sus manos y ropa estaban ensangrentadas. Se encontraba recostado en un árbol y, en cuanto miró a su alrededor, el lugar le resultó conocido: estaba al lado de su casa. Sin embargo, no recordaba cómo había llegado hasta allí. Lo último que podía rememorar era la vista de los monstruos desde su escondite, una figura en la oscuridad y el fuerte dolor de cabeza.

—Ya te vale —había dicho en voz alta—. Al menos podrías avisar, Pogo.

Su mente se mantuvo en silencio y notó cierta tensión. Dadas las circunstancias, tomó la decisión de regresar a su casa de nuevo. Al menos allí podría descansar tranquilamente y pensar qué hacer a continuación. 

Pogo era su secreto, una parte de sí mismo que siempre había estado ahí. A veces lo escuchaba como una voz en su cabeza que le hablaba. Normalmente no hacía mucho más, pero cuando corría peligro, se adueñaba de su cuerpo durante un tiempo limitado. Cuando Gustabo recuperaba la consciencia después de haber perdido el control, no recordaba nada. Como si hubiese estado durmiendo y los sueños se desvanecieran al despertar. 

¿Qué era Pogo exactamente? Él no lo sabía, pero tampoco le interesaba mucho. Quizá Gustabo sentiría más curiosidad sobre esa voz en su cabeza si hubiese sabido su origen, si supiera que estaba relacionada con su madre, pero eso es algo que desconocía completamente, ya que no tenía recuerdos de su familia. Siempre le había ayudado y eso era lo único que le importaba.

Solo había una persona que había sabido de su existencia y era Horacio. Gustabo sabía que a su amigo le aterrorizaba Pogo, pues tenía una extravagante personalidad violenta y sanguinaria. Por esa razón, había tomado la firme decisión de no compartir con nadie más su secreto.

Mientras caminaba en dirección a su casa, recordó repentinamente que era su cumpleaños. No había una fecha concreta para celebrar su nacimiento, dado que no sabía exactamente cuándo había sido. De hecho, no estaba seguro de su edad y cuando alguien le preguntaba, solía decir un número aleatorio. Por eso, se sorprendió tanto cuando ese pensamiento apareció en su mente al tiempo que Pogo se apoderaba de su cuerpo. 

Gustabo tenía la sospecha de que Pogo conocía su pasado, que todas aquellas memorias olvidadas por él residían en aquello que habitaba en su interior, fuera lo que fuera. En las escasas ocasiones en las que Pogo despertaba, veía pequeños fragmentos de esos recuerdos desaparecidos. Sin embargo, la lista de lo que sabía era muy corta, mientras que la historia que no conocía podría llenar un libro entero. 

Freddytabo - El Hijo del EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora