Bianca iba a renunciar.
No se lo había contado a Ian, porque la decisión la había tomado el día anterior antes de llegar a casa, y se sentiría pésimo si era ella quien le borraba la alegría después de haberle comentado sobre el club de escritura.
Pero lo haría y ese sería su último día.
Había llegado a la cafetería hacía dos meses, cuando se volvió insoportable ver cómo Ian hacía turnos dobles en el bar, casi no dormía y cada día llegaba a casa más pálido. No estaba lista para enfrentarse al mundo de nuevo, con una parte de su identidad perdida, la ansiedad carcomiéndole la piel y la incertidumbre como una densa neblina que la acompañaba a todos lados; pero no podía seguir encerrada y arriesgarse a que su hermano se perdiera a sí mismo. Si él también lo hacía, entonces no les quedaría nada.
El primer día supo que había sido una terrible decisión. Algo estaba mal en ella, pero aquello no le impidió aferrarse a la parte de sí misma que seguía allí: Bianca no sabía de comienzos pequeños y lentos, prefería los planes ambiciosos. Por eso, cuando por fin había tenido una respuesta a la pregunta de Ian acerca de adónde irían después de haber escapado de casa, había respondido con un país fronterizo y no con una ciudad del natal. Y por eso, el primer trabajo que tomó luego de haber estado aislada en casa fue como barista en la cafetería más popular de su barrio.
Era un error, primero, porque había mentido en el currículum y no tenía experiencia siendo barista. Segundo, porque aquella mentira la había llevado a no recibir una inducción demasiado detallada. Había tenido que aprender por observación y repetición, pero a tan poco tiempo del accidente, su memoria no colaboraba como ella quería.
No había día que no se encontrara con las miradas desaprobatorias de sus compañeros al notar que, a dos meses de haber sido contratada, todavía no recordaba los ingredientes de cada café, el precio de los pasteles y cómo usar la caja registradora. Su única amiga era la pequeña libreta que se guardaba en el bolsillo del delantal fucsia y que la hacía ganarse resoplidos y quejas de su equipo al usarla y ralentizar el servicio.
Y como si fuera poco, Bianca tampoco les agradaba. No era difícil darse cuenta con lo alto que hablaban. Que no miraba a nadie, que no sonreía, que sus respuestas eran cortantes, que solo iba a trabajar y ya; como si le hubiera importado ir a hacer vida social al lugar del que solo quería dinero.
Así que iba a renunciar, porque si algo había aprendido al crecer en un hogar de mierda, era marcharse cuando empezaba a sentirse humillada.
Los murmullos en la sala de los casilleros la sacó de sus pensamientos. Su jefa se presentó ante ellos diez minutos antes de que el turno intermedio comenzara. La mujer, una chilena que amaba usar coloridos trajes de una sola pieza y tenía una enorme sonrisa pero también la mirada más afilada cuando le acababan la paciencia los miró con los ojos iluminados y luego, al chico que la acompañaba.
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Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...