30 | Azul violeta bicolor

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«La vida se vive solo una vez», fue lo que dijeron los tres cuando el domingo por la tarde decidieron que regresarían a París el lunes a primera hora, sin importar si implicaba pasar directamente a la cafetería

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«La vida se vive solo una vez», fue lo que dijeron los tres cuando el domingo por la tarde decidieron que regresarían a París el lunes a primera hora, sin importar si implicaba pasar directamente a la cafetería.

La decisión la habían tomado al ver el aviso de una feria de atracciones que llegaría a su fin esa noche. La mirada de Jules se había iluminado al ver que prometía juegos, payasos y mimos, comida y concursos.

Así que ahí se encontraban. Aunque era pequeña, llevaban dos horas recorriendo. Cada uno se había subido a la noria dos veces, ya que no se permitían tres personas en el mismo asiento. Habían comido chucherías hasta cansarse e incluso Jules, que amaba el chocolate, no podía seguir viendo las fresas bañadas en este. Habían jugado a todo lo que se encontraban en el camino, se habían pasado un buen rato usando la cabina telefónica y Bianca, terca como ella sola, llevaba diez minutos intentando ganar un enorme oso de peluche de color lila que deseó desde que entró a la feria.

—Chica, ya vamos a cerrar —dijo el hombre del puesto sonriéndole con diversión.

Alban sonrió al verla sumida en su objetivo. Era la vez que más cerca estaba de ganar el ansiado peluche y tenía la última pelota en sus manos manchadas por el rosa del algodón de azúcar que había comido antes.

Aunque no era solo capricho, lo sabía; tenían un plan. Parte de este incluía dos regalos, y aquel peluche era uno de ellos. O no precisamente ese, pero ella ya se había empecinado.

Con la mirada fija en los pocos tarros que quedaban en pie, echó el brazo hacia atrás y lanzó. El metal sonó contra el suelo varias veces, y Bianca ni siquiera esperó que el hombre le entregara el premio: tiró del peluche y lo aferró a su cuerpo antes de agradecerle en un grito y echar a andar.

Alban y Jules se miraron y rieron detrás de ella. Le agradecieron una vez más al hombre, que negó con la cabeza mientras sonreía, y la siguieron. Jules les avisó que iría al baño. Bianca esperó que se alejara y se inclinó hacia Alban para hablarle al oído.

—Es el momento.

Corrieron en busca de uno de los payasos que vendía globos. Cuando habían subido juntos a la noria, planearon comprar uno con forma de corazón que habían visto, sin embargo, cuando llegaron hacia el payaso, este solo tenía uno con forma de perro de los que hacía frente a los niños.

Antes de que Alban pudiera quejarse, Bianca ya estaba comprándolo y tirando de él hacia otro puesto para pedir prestado un marcador negro. Tuvieron suerte en el cuarto.

—Tú tienes letra más linda, escríbelo —le pidió ella.

Sonrió, le robó un beso y escribió en el tronco.

Con la misma rapidez que habían hecho todo, regresaron a la salida del baño en el que había entrado Jules. Este miraba de un lado a otro y el alivio le transformó el rostro cuando los vio.

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