32 | Azul violeta punto cero

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Los planes de madrugada que habían despertado a Alban una noche tenían más seriedad de lo que había creído: Jules publicó contenido en la cuenta de su tienda durante diez días en los que él le modeló sus prendas

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Los planes de madrugada que habían despertado a Alban una noche tenían más seriedad de lo que había creído: Jules publicó contenido en la cuenta de su tienda durante diez días en los que él le modeló sus prendas.

Al décimo primero, estaban los tres en una cabaña de Noruega. Alban le teñía las puntas del pelo de rosa y púrpura, y Bianca cantaba karaoke en la sala con la intensidad de quienes tienen el corazón roto.

Había sucedido con rapidez: una tarde, Jules estaba recibiendo un correo electrónico con el itinerario de un paquete de viajes que no recordaba haber comprado, pese a contar con la fecha y hora exacta en la aplicación de su tarjeta de crédito; y a la mañana siguiente estaban volando hacia tierras nórdicas.

Con Bianca no habían encontrado respuesta al drástico cambio en su comportamiento. Podía deberse a un mecanismo de defensa activado ante el altercado que tuvo con sus padres o un simple subidón de energía, pero no hallaban la manera concreta de describirlo.

Jules tampoco les daba tiempo para hacerlo. Antes de viajar, los había estado llevando de un lado a otro de la ciudad, había empezado el desafío de llenarles el armario de ropa creada por elle, y los roles se habían intercambiado y era Bianca quien ya no podía seguirle el ritmo en la escritura. Aunque eso los dejaba en una posición favorable contra el plazo que tenían.

Al décimo segundo día, las cosas comenzaron a ponerse más serias. O más divertidas, dependiendo de si era Bianca o Alban quien las describía. Tenían planificado viajar por la tarde al domo que Jules había alquilado en una zona que les permitiría ver auroras boreales en su máximo esplendor, pero antes había reservado en uno de los restaurantes más grandes del pueblo. El almuerzo había estado plagado de risas ruidosas y, entre otras contenidas, abandonaron el lugar luego de que Jules propusiera la brillante idea de marcharse sin pagar.

Dejaron de correr cuando estuvieron segures de que no les identificarían desde la distancia y se escondieron en un callejón. Alban y Jules se apoyaron contra el muro con la respiración vuelta un desastre. Bianca se deslizó hacia el suelo con las mejillas enrojecidas.

—¿Qué haremos si llaman a la policía? —preguntó ella—. Tienen cámaras y Jules anda bastante reconocible con esos colores en el pelo.

Elle se echó a reír mientras se inclinaba con las manos en los muslos.

—No lo harán. Y de todas formas, en un rato estaremos saliendo de este pueblo. En un par de horas nadie se acordará de nosotros —respondió.

Y había tenido la suerte de su lado, porque viajaron sin novedades ni coches de policía que persiguieran el bus. Aunque la preocupación solo abandonó el rostro de Bianca una vez que estuvieron encerrados en el domo.

Jules posó una mano en su nuca y la acercó a su pecho para abrazarla y besar su coronilla. Alban no esperó ni a desempacar para configurar su primera cámara digital y así estar listo para la noche.

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