10 | Naranja latte

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La euforia volvió a tomar control de Bianca cuando divisó su edificio en la siguiente esquina; era la primera vez que Alban estaría en su apartamento, en su habitación

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La euforia volvió a tomar control de Bianca cuando divisó su edificio en la siguiente esquina; era la primera vez que Alban estaría en su apartamento, en su habitación.

Una ligera timidez se había hecho un espacio entre ellos durante el camino. No hablaban tanto como solían hacerlo, evitaban hasta el mínimo roce de sus cuerpos y apenas cruzaban miradas.

También, por primera vez paseaba por París de madrugada. El reloj de su muñeca marcaba las 04:16 a.m.; se habían pasado gran parte de la noche charlando en la sala de Maelstrom mientras Bianca se dirigía a coronarse como la ganadora de una eterna partida de Monopoly.

El interior del edificio los recibió con la débil luz que teñía el vestíbulo. La iluminación perdía más intensidad conforme subían las escaleras. Cuando llegaron al segundo piso, Alban pareció perder la paciencia y, con las manos en la cintura de Bianca, la giró hacia él y tomó sus labios. La hizo retroceder hacia la pared y ella jadeó ante el choque de sus cuerpos. Él gruñó, le mordió el labio inferior y volvió a hundirse en su boca, mientras ella aferraba las manos frías a su nuca. Una de las de Alban subió por su espalda, le rodeó el cuello y ascendió poco a poco por el costado de su cabeza. Bianca fue consciente del momento en el que se desconectó del beso. Con una mano en su pecho, lo obligó a alejarse.

Alban le estudió el rostro como si en él pudiera encontrar la respuesta a su pregunta. Bianca le tomó la mano para instarlo a seguir subiendo, aún les quedaban dos pisos.

—¿Cómo obtuviste esa cicatriz?

—No creo que necesites información personal para acostarte conmigo. ¿O a todos tus rollos de una noche les haces preguntas íntimas?

—No, pero tú no eres un rollo de una noche —respondió. Bianca no tardó en clavar la mirada en él—. Somos amigos.

—Entonces, como mi amigo, respeta el límite que estoy fijando y no vuelvas a preguntarme sobre ella. Es lo que hacemos, ¿no? —Lo miró con ironía, sin poder detener aquella parte de sí misma que le exigía protegerse—. Notamos que el otro está un poco jodido, pero fingimos ignorarlo hasta que, en un momento de debilidad, nos cuente sus secretos.

Alban resopló y desvió la mirada.

No volvieron a intercambiar palabras. Bianca no sabía cómo iban a reavivar la atmósfera que los había envuelto en Maelstrom y los llevó a tomar la decisión de regresar juntos a casa para acostarse, pero pasó a segundo plano cuando, al entrar al piso con la luz apagada, divisó una silueta en el sofá que casi le arrancó un grito.

—Ian, ¿qué haces aquí? —preguntó, presionando el interruptor.

El rostro de su hermano pasó desde la ira a la confusión cuando posó la mirada en Alban, que estaba detrás de ella.

—No sé si tienes una idea de la mierda que te estás metiendo dentro —espetó, poniéndose de pie, y alzó una pequeña bolsa plástica y transparente llena de hierba—, pero si tu desesperación por recuperarte ha sido real, entonces estás mandando al carajo todos los esfuerzos que hemos hecho.

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