Alban no era un apasionado de preparar café y servir croissants en bolsas de papel, pero tampoco podía decir que el trabajo que llevaba a cabo de lunes a viernes le desagradaba. Se divertía charlando con clientes y haciéndolos reír, siendo el culpable de mejillas sonrojadas y recibiendo usuarios de Instagram en servilletas. Sin embargo, las horas ahí habían empezado a sentirse sombrías precisamente por lo que más le gustaba del lugar.
Esbozó una leve sonrisa al entregar una porción de macarons y le deseó un buen día al chico que se había esforzado en mantener una conversación con él pese a las aburridas respuestas que Alban le daba para no extenderla.
Había estado durmiendo entre pesadillas que se ponían de acuerdo para jugar con él mientras hilaban sus peores recuerdos. Lo rodeaban los gritos, los insultos y las súplicas. Estaba solo pese a estar viviendo en una casa que a cualquier hora del día parecía tener gente despierta. Había soledad aunque Bianca siempre estaba allí, con el cariño en aquellos ojos grises que él maldecía en silencio.
No había sabido cómo lidiar con ello e hizo lo que mejor se le daba: huir.
El día siguiente a aquella noche que pasaron juntos en Maelstrom se obligó a dejar sus mensajes sin respuesta durante horas y le envió una solo minutos antes de dormirse, sabiendo que así calmaría las ansias de quedarse hablando con ella.
Al segundo, la besó en la mejilla en vez de los labios cuando se encontraron en la cafetería por la mañana.
Al tercero, no le acariciaba la cintura cuando quería moverla para alcanzar una especia.
Al cuarto, ya ni siquiera le rozaba la mano cuando pasaba por su lado de camino a entregar un café.
Al quinto, se negó por primera vez a verla después del trabajo.
El resto de la primera semana se sintió interminable, como si la sola ausencia de Bianca tuviera el poder de detener el tiempo y condenarlo a un martirio que no sabía cómo acabar.
Apenas el reloj marcó la hora de salida, se quitó el delantal y se dirigió a guardarlo en el casillero. Tras él, los pasos que ya reconocía. Sabía que Bianca le preguntaría si caminarían juntos hasta la estación de metro en donde se separaban para ir cada uno a su hogar cuando no tenían planes juntos. Y, como los días anteriores, sería incapaz de negarse, porque ese era el problema con ella: era un sí constante para él.
—¿Me acompañas a hacerme una perforación hoy? —preguntó en su lugar.
Estar de espaldas a ella lo ayudó a ocultar la sorpresa. También, a convertir a Bianca en lo contrario de lo que era.
—No puedo, tengo cosas que hacer —respondió, ignorando la punzada que sintió en el pecho. Sacó la mochila del casillero, apretando la tela entre sus dedos, y se giró hacia ella—. ¿Es una idea repentina? —preguntó con diversión. No quería sonar seco y desinteresado. Una parte de él luchaba contra aquella que ansiaba arruinarlo todo y eliminar hasta la raíz.
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Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...