Un quejido proveniente de una corta distancia fue lo que alertó a Bianca.
Se removió en la cama con la sensación de que se encontraba en un sueño, pero el movimiento a su lado y el sonido de las sábanas parecía demasiado real para sus sentidos. Una parte de sí misma recordaba que se encontraba en la habitación de Alban, sin embargo, la otra aún creía que estaban en Maelstrom, pese a que habían regresado por la madrugada.
La despertó el golpe contra el colchón.
La tenue luz de la noche proveniente de la ventana impactaba en el costado del rostro de Alban. Tenía el entrecejo fruncido, una capa de sudor le cubría la frente y una lágrima se arrastraba hacia su barbilla.
Alban dio un puñetazo más contra el colchón, seguido de otro, acompañados de sollozos que Bianca sintió como puñaladas en el pecho.
Se sentó a su lado, procurando no quedar encima de él para no darle la sensación de estar atrapado, y le sacudió el hombro con delicadeza mientras pronunciaba su nombre en un tono suave. Deslizó el edredón hacia abajo y cerró la mano sobre la suya antes de que pudiera dar un golpe más, y volvió a llamarlo.
El terror estaba plasmado en los ojos de Alban cuando los abrió y su mano se tensó bajo la de Bianca, mientras su pecho subía y bajaba como si acabara de escapar del mayor peligro. Recorrió la habitación con la mirada antes de bajarla a sus manos unidas.
—¿Qué necesitas? —preguntó ella.
Más lágrimas se deslizaron por sus mejillas cuando cerró los ojos. Negó con la cabeza.
—Nada.
La respuesta no le sorprendía. Sin embargo, no podía insistir. Verlo desde afuera, cuando aquellas características formaban parte de alguien más, lo hacía parecer sencillo, pero sabía que no lo era.
Se recostó a su lado y fijó la mirada en el techo. Pretendía quedarse despierta en caso de que cambiara de opinión o, al menos, para que se sintiera acompañado si le resultaba imposible volver a conciliar el sueño.
Al cabo de un rato, su respiración seguía siendo irregular, pero los jadeos habían desaparecido. No necesitó mirarlo para saber que aún lloraba; lo sentía temblar. Descansó las manos sobre el abdomen y arrugó entre sus dedos la nueva camiseta que Alban le había prestado y que, pese al aroma del detergente, todavía olía a su perfume.
La necesidad de cuidarlo se adhería a sus venas con la resistencia de una hiedra que ya había elegido su camino. La peligrosa desesperación le hacía pensar que, sin importar lo que le pidiera, sería capaz de recorrer el mundo entero en busca de aquello.
—¿Me acaricias, por favor? —pidió Alban con la voz entrecortada.
La nariz y los ojos le hormiguearon debido a las lágrimas, pero las echó a un lado para acomodar la almohada contra el respaldo, deslizarse hacia arriba y darse palmaditas en el pecho. Con la misma velocidad que ella reaccionó, Alban se le aferró al cuerpo con un abrazo a su cintura y el rostro hundido donde su mano le había indicado. Sus lágrimas le humedecieron la camiseta al tiempo en que se sostenía con fuerza de esta.
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Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...