27 | Violeta Louvre

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Bianca despertó con la sensación de que había soñado algo importante, pero no recordaba el qué

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Bianca despertó con la sensación de que había soñado algo importante, pero no recordaba el qué.

Desayunó con Ian, y la única información que logró recuperar fue la imagen confusa de sus dedos manchados con pintura naranja, roja, verde y negra.

Se encontró con Alban y Jules para almorzar, y solo pudo añadir a sus recuerdos que ambes aparecían en ellos. No su rostro, tampoco su voz, pero la habían visitado por la noche y, sin embargo, su mente les había dejado escapar.

Alban tomó su mano y tiró de ella hasta la siguiente obra. Después de lo encantades que habían quedado con el exterior del Louvre y de que Jules supiera que desde su llegada a París casi no habían hecho turismo, se dispuso a llevarlos a recorrer la ciudad con la excusa de que el paseo también sería útil para la historia que escribían. Ya se habían tomado fotos en el Arco del Triunfo, el Punto Cero, la Catedral de Notre Dame y la Torre Eiffel.

La última visita era al museo en el que se encontraban, a las afueras de la ciudad pero que, según Jules, hacía que el viaje valiera la pena. A Alban ya lo habían regañado por tocar una pintura, así que sí, tenía razón.

—En esta maravillosa obra podemos ver a Madame Bosch —dijo Jules con el tono elegante que había estado usando para ser su guía en el edificio, y señaló la pintura de una mujer que parecía una doncella—. Más conocida como Titania, la única gobernante de Urano.

Bianca rio y agitó la mano para saludar a una audiencia imaginaria.

—Gracias, gracias —dijo con falsa modestia.

—¿Quién la pintó? —preguntó Alban, frunciendo el ceño mientras observaba la enorme pieza de arte que abarcaba casi la pared completa desde el suelo hasta el techo, y fingió acomodarse unos anteojos sobre el puente de la nariz.

—Jules Bouvier, destacade pintore francés —Cruzó los brazos sobre su pecho y sonrió con suficiencia.

—La compro —dijo Alban chasqueando los dedos.

Un grupo de personas que contemplaban la obra alrededor de ellos lo miraron con sorpresa; él les sonrió.

—La pieza no está en venta, señor Harvey —respondió Jules recuperando la seriedad de su voz.

—No me importa. Le intercambio todos mis bienes por ella.

—Me temo que no existe una cantidad de dinero que esté a la altura de su valor.

Bianca se alisó la corta falda del vestido que le había hecho Jules, una prenda negra de estilo medieval con corsé aterciopelado que le abrazaba la cintura y mangas traslúcidas que le dejaban al descubierto los hombros. Imaginó que el vestido era más largo y pomposo, como el que usaba la mujer de la pintura, y fingió alzarlo levemente desde la falda cuando los miró con desprecio, como cuando las princesas se preparan para echar a correr en las películas.

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