—Bianca, te ha tocado leer el texto de Jules —dijo Isa.
Todavía no sabía si le parecía peor la idea de que alguien más leyera en voz alta su trabajo o si hubiera tenido que encargarse ella misma.
El proceso creativo de aquel texto había sido complejo. La mente funcionaba de una manera que no comprendía y en el fuego había encontrado vida que todavía no era consumida minutos después de la crisis experimentada.
Solo dos veces en su vida había estallado de esa forma y no entendía cómo era que, después de haber sido invadida por un torbellino de emociones que la sacudía sin compasión, podía entrar en un estado de concentración tan limpio.
Se había negado a revisar más de una vez lo escrito.
Pese a que durante las reuniones anteriores no había prestado atención cuando sus compañeros participaban, esa vez lo hizo para descubrir si encontraba inspiración. Las ideas más especiales podían nacer de los detalles más pequeños: un gesto, un tipo de risa o, como en ese caso, una forma de cocinar.
La chica que se presentó como voluntaria para comenzar, leyó un texto que a Bianca le hizo recordar a Ian. Hablaba de una persona que tenía ciertas particularidades para cocinar, como agregar agua de cocción a la salsa de tomate, porque de esa forma el almidón la espesaba mucho más. Igual como hacía su hermano. «El spaguetti de S» se llamaba el escrito.
Le gustaba pensar en que había gente que apreciaba sutilezas que eran tan fáciles de pasar desapercibidas. Bianca no era el tipo de persona que quería conocer la imagen que otros tenían de ella, pero por un instante deseó preguntarle a Ian si había algún detalle suyo que amara con esa intensidad, y quiso tomar un taxi y tocar la puerta de Alban solo para saber si había captado algo especial en ella.
Anotó algunas ideas conforme avanzaban los textos y opiniones, y el estómago se le apretó cuando la chica que debía leer el suyo activó la cámara y lo presentó como «El sentido del azul» antes de comenzar.
«El verano llegó a Francia pintando el cielo de azul, como el mar que adoraba quien había traído el solsticio consigo: cálido y fresco a la vez como él mismo. Tan alto y acaparador como la torre a la que se resistía a fotografiar. Ruidoso como el grupo de turistas del que aún se sentía parte por mucho que pisara cada día suelo parisino.
«Esta ciudad no se había sentido como un hogar hasta que me miraste con desprecio por primera vez», dijo, y el azul estalló como los fuegos artificiales que inician un nuevo año: escandaloso como la mezcla de nuestras risas, la tinta que le acariciaba el cuerpo y su forma de decir te quiero.
El verano llegó el 26 de julio, impuntual como su presencia en el trabajo y como no se lo permitía al verme a solas. «Ojalá pudiera borrar ese día», respondí, aun sabiendo que lo llevaría marcado en cada calendario, pese a que lo recuerdo a diario.»
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Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...