15 | Rojo primavera

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—Hay un paquete para ti —dijo Ian apenas Bianca entró al apartamento

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—Hay un paquete para ti —dijo Ian apenas Bianca entró al apartamento.

Se apresuró hacia la mesa de centro y tomó la caja. No había comprado nada y era imposible que en tan pocos días Jules hubiera terminado el corsé que le había prometido. Aun así, se le escapó una sonrisa cuando volvió a mirar a su hermano. Este alzó las cejas.

—¿Qué es? —Su mirada se iluminó cuando Bianca se encogió de hombros sosteniendo la caja contra el pecho—. ¿Tienes un admirador? ¿Estás conociendo a alguien? —preguntó con tinte burlesco—. Si no sabes lo que es, entonces es una sorpresa.

—No es nada que te incumba —respondió, dirigiéndose hacia su habitación.

—¡Nos contamos todo!

Entró a la habitación y asomó la cabeza por el umbral.

—Lo haré cuando sienta que es el momento indicado.

—¡Entonces sí estás conociendo a alguien! —gritó antes de empezar a reír.

Bianca arqueó una ceja.

—Pareces demasiado entusiasmado por la idea. ¿Qué te hace pensar que no es Alban?

La sonrisa de Ian se desvaneció, pero una pizca de diversión se mantuvo en su mirada.

—Trabajas con él. Si quisiera darte un regalo, tú misma habrías llegado con este.

Rodó los ojos y cerró la puerta, dejando atrás la risa burlesca de su hermano.

—¡¿Qué tal la terapia de hoy?! —preguntó Ian.

—¡Menos frustrante que la anterior! —respondió en un tono cantarín, enfocada en romper el papel marrón que envolvía la caja.

Sin el envoltorio, la tapa era púrpura y la base, negra como la cinta gruesa que la cerraba. La presencia de dos tonos diferentes la hizo sonreír de nuevo y buscar un detalle más que la acercara a quien le había enviado el regalo, pese a que no lo necesitaba.

Desanudó la cinta y la echó a un lado junto con la tapa. Un aleteo le acarició el pecho al ver el interior: cubierto por un suave papel color lila, había un corsé doblado a la mitad. Lo sostuvo entre sus manos con la delicadeza que merecía el cristal más frágil. Era de terciopelo púrpura, pero los cambios de luz provocaban que algunas zonas lucieran casi de negro, y se ataba en la parte frontal con cintas negras mucho más finas que las que hacían de tirantes.

Se desvistió con rapidez frente al espejo y, al quedar solo en bragas, se calzó la pieza desde arriba. Se acomodó los tirantes en los hombros y comenzó a halar las cintas para ajustárselo a la cintura. Sonrió al notar que no estaba hecho para asfixiar su silueta; aquel corsé solo tenía la intención de abrazarla.

Se enamoró de sí misma al observarse en el espejo.

La prenda le empujaba los pechos hacia arriba pero no los hacía lucir exageradamente grandes como si no le pertenecieran. Era ella, mimada por un regalo que estaba hecho a su medida y por las manos de alguien que la quería. La sonrisa tomó más fuerza al percatarse de que también llevaba a Jules consigo en su característico bicolor.

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