Comprar una licencia médica le había salido por la culata, como cuando los niños mienten y sus padres les advierten que acabarán atrayendo aquella mentira y sus consecuencias.
Lo había hecho para mantener distancia con Bianca y poder meterse en problemas sin que el resultado de ello causara curiosidad en el trabajo. Pero aunque no estaba enfermo, se sentía así mientras el alcohol le envenenaba la sangre en medio de una fiesta de anfitriones desconocidos. Lo único que sabía era que estaba jodido y que había llegado ahí después de pelearse con alguien en un bar de mala muerte.
La cabeza le punzaba al mismo ritmo que los nudillos abiertos. El volumen alto de la música y el calor generado por la cantidad excesiva de cuerpos en un lugar tan pequeño empeoraban la tortura. Pero más doloroso habría sido enfrentarse a la soledad de su habitación.
Llevaba un buen rato perdido en la imagen de los cuerpos que se movían al ritmo del pop francés, el aroma conformado por una mezcla de licores y sudor y las siluetas que su mente cansada confundía con la pelinegra de ojos grises de la que no sabía desde hacía días.
Dos semanas de licencia médica debía ser tiempo suficiente para pensar en qué hacer con su vida, aunque analizar las opciones con alcohol en el cuerpo no fuera la mejor idea.
Podía renunciar y postular a un nuevo trabajo. Podía mudarse a otra ciudad de Francia. O marcharse a otro país. Podía enviar todo al carajo, bloquear a Bianca de sus contactos y fingir que jamás había pasado por su vida, aunque hubiera hecho en ella mucho más que pasar.
Sacó el teléfono de su bolsillo y lo desbloqueó para entrar a la aplicación en la que se mensajeaban; el último mensaje era de ella, sin respuesta. Presionó su foto, una que le había tomado en uno de los almuerzos del parque y en la que sonreía con la mirada brillante y la acompañaba el suelo pintado por el rosa de los pétalos de magnolia. El pelo le contorneaba el pálido rostro y la sombra negra que habían empezado a compartir le acentuaba los ojos, esos que insistían en aparecer en sus pesadillas.
Bianca gritándole que le había roto el corazón.
Alban en un rincón, con el rostro empapado a causa de Bianca rompiéndoselo a él.
Tenía que bloquearla por haber puesto aquellas imágenes en su mente como nadie a excepción de su padre había hecho.
Buscó la opción. El corazón le latía con la fuerza que traían los segundos previos a una decisión crucial.
El sonido de un vaso haciéndose trizas lo distrajo. Había sucedido en medio de la sala, aunque no podía ver con claridad debido a la oscuridad que solo se rompía con las luces coloridas e inquietas.
Repasó a la multitud. Si hubiera sido un hombre la razón por la que se encontraba en esa situación, le habría resultado más fácil encontrar uno para utilizar como clavo; a Alban le gustaban demasiado. Pero Bianca incluso había llegado para romper la sospecha de ser homosexual. Lo había hecho el primer día, cuando la vio mirarlo con desinterés, como si hubiera preferido ir a vender cafés en lugar de escucharlo por un segundo más. No se había esforzado ni un poco y Alban ya era incapaz de quitarle atención.
ESTÁS LEYENDO
Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...