Bianca sintió que el mundo había avanzado hacia el fin de semana mientras dormía. Por la ventana ingresaba una cantidad de luz excesiva en comparación a la que acostumbraba a percibir a primera hora por la mañana, y en la casa no había aquel silencio absoluto que le propinaba ser una de las primeras en levantarse.
Rodó en el colchón para empezar el día. El primer paso de la rutina era despertar a Alban. Acariciarle la cintura desde atrás, deslizar la mano hacia su abdomen por debajo de la camiseta y así ganarse la primera risa perezosa. Él fingía seguir durmiendo, pero se apegaba más a ella para gozar de ser la cuchara pequeña. Hasta que lo giraba, se encaramaba sobre él y compartían el primer abrazo que llenaba el espacio de la barra de batería que el sueño no completaba.
Pero Alban no estaba.
Recorrió la habitación con la mirada hasta lo que le permitió el rabillo del ojo al estar acostada de lado. El ambiente se sentía fuera de lugar y bajo la palma de su mano solo había una sábana fría.
Giró en busca de su teléfono y se sentó de golpe al ver que eran las once de la mañana.
La única razón que encontró para la ausencia de Alban fue que hubiera tomado su lugar en la cafetería para dejarla descansar, pero no le había dejado un mensaje para informar sobre ello y las ocho llamadas perdidas que tenía de su jefa indicaban que, si así había sido, entonces no estaba muy contenta.
—Bianca, ¿se puede saber dónde se han metido? —preguntó Agustina apenas le regresó la llamada.
Frunció el ceño y se levantó de la cama.
—¿Alban no está allí?
—A las nueve de la mañana me llamaron tus compañeros para preguntarme qué ocurría, porque la cafetería se encontraba cerrada. Si te elegí supervisora fue porque...
Cortó antes de que la mujer pudiera terminar y lanzó el teléfono a la cama para cambiarse de ropa. De camino al baño, marcó el número de Alban. Estaba apagado.
Algo extraño sucedía, lo sentía en el estómago, en los escalofríos que le recorrían los brazos con cada llamada que volvía a hacer pese a que no sería contestada y en el retumbar aterrorizado de su corazón.
Fuera de Maelstrom, grandes nubes formaban una mancha grisácea en el cielo y este amenazaba con inundar las calles en cualquier momento.
En la esquina en la que debía doblar para encaminarse hacia la estación de metro, frenó sin saber adónde ir. Había salido por impulso, pero solo ahí afuera se percató de lo inútil que era buscarlo sin tener idea de lo que ocurría.
Alban jamás se ausentaba del trabajo sin autorización de su jefa. Y en caso de una emergencia, tampoco lo habría hecho sin informarle a Bianca.
Sacó el teléfono del bolsillo de su abrigo y buscó en sus llamadas recientes. La última vez que le había marcado a Jules había sido hacía más de dos meses, cuando las cosas todavía no se torcían y no necesitaban recurrir a un aparato para saber del otro si casi todas las noches compartían cama. Sin embargo, cuando los sistemas de alarma se activaban, debían desplegarse todas las posibles soluciones.
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Purplish
RomanceEl primer pensamiento que ocupó la mente de Bianca cuando despertó fue que moriría. Una certeza que iba más allá del conocimiento de que todo lo que nacía, algún día debía marchitarse. Los objetivos con los que escapó de su caótico hogar junto a su...