34 | Azul magnolia

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Jules había salido del episodio depresivo y la gripe había abandonado el cuerpo de los tres, sin embargo, compartían un nuevo dolor: el que perduraba por días luego de haber tenido una aguja clavándoles la piel con tinta

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Jules había salido del episodio depresivo y la gripe había abandonado el cuerpo de los tres, sin embargo, compartían un nuevo dolor: el que perduraba por días luego de haber tenido una aguja clavándoles la piel con tinta.

Alban había agendado sesión para tatuarse en el hombro y a color el paisaje presenciado en Noruega, mientras que la constelación de Castor la llevaban grabada los tres y cada uno había aportado su granito de arena en el proceso. Además, Bianca le había pedido la palabra «aurora» en el pecho con una letra minimalista.

Con la tinta ya en el cuerpo, ninguno podría negar que algún día habían sido felices.

Pero las responsabilidades seguían existiendo y, con las cosas más calmadas, Jules y Bianca habían retomado la escritura del libro. Se acercaban a la parte final y Alban notaba el estrés en ella, aunque intentara disimularlo. La había visto distraída en el trabajo, anotando ideas en el teléfono. La había encontrado retorciéndose del dolor de estómago en la cama mientras se forzaba a seguir escribiendo. Y la última noche que pasaron juntos, había despertado al no sentirla a su lado: estaba sentada en la ventana como él y Jules hacían cuando había demasiado en lo que pensar.

Sin embargo, sentía que no era lo único que la preocupaba. Jules también lo sospechaba, se lo había dicho.

—Hoy dormirá con nosotros después de una semana, Jules —dijo mientras les agregaba crema a las tostadas francesas—. Estoy seguro de que incluso a Ian le pareció extraño que volviera a pasar la noche en el apartamento después de todo este tiempo.

Jules llenó tres vasos con jugo de naranja plátano y se quedó observando el líquido de uno de ellos durante un momento.

—Quizás necesitaba recargar energía luego de las semanas intensas que tuvimos. Primero anduvieron conmigo de un lado a otro cuando yo estaba en manía, y después me cuidaron en depresión. —Levantó la mirada hacia él y se recargó en la encimera. Le acarició la parte posterior del cuello y sonrió—. Es normal que desee su espacio. También, recuerda que el estilo de vida que lleva ahora es muy distinto al de antes; ambos sabemos que se la pasaba sola. Debe de estar cansada.

Alban puso tenedores y cuchillos en el plato y se acercó a él para abrazarle la cintura. Asintió y unió sus labios, permitiendo que su beso le limpiara la mente por unos minutos.

En la habitación, Bianca, que había llegado hacía un rato, ya estaba sentada en el suelo, apoyada contra la pared y con la laptop en el regazo. Movía los dedos con rapidez por el teclado y solo alzó la mirada para regalarles una sonrisa.

Situaron el plato en el centro de la cama, los vasos en el velador y se sentaron en silencio para no distraerla, aunque para Alban era todo un desafío cada vez que Jules intentaba hacerlo reír con gestos.

—¡Terminé! —gritó ella después de veinte minutos. Cerró la laptop, la dejó en el suelo y se acercó a ellos para darle un beso a cada uno—. Alban, te envié el capítulo a tu correo para que lo revises, ya que es uno de los más importantes de tu personaje. ¿Puedes confirmarme si te llegó? —preguntó dirigiéndose a la puerta—. Iré al baño.

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