44 | Verde globo de perro

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Alban ya no creía en las frases motivacionales y comenzaba a odiarlas

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Alban ya no creía en las frases motivacionales y comenzaba a odiarlas. Tejidas con mentiras y falsas esperanzas, eran una burla para quien las recibía.

Cómo pudo haberle dicho a Jules que no tenía que esconderse con ellos, si Jules mejor que nadie sabía que su naturaleza le había arrebatado algo tan importante a la persona que amaba y había tenido que prepararse para perderla; y Alban no había podido hacer nada para evitarlo.

Cómo pudo haberle dicho que no debía cargar con sus dolores a solas, si llevaba un mes siendo visitado solo por cuatro personas de las nueve que eran importantes; y Alban no podía hacer nada para cambiarlo.

Les había hablado de una eternidad juntos y no había podido dárselas. Le había dicho a Bianca que remaría junto a Ian por ella, y sin embargo, día a día la veía desmoronándose a su lado. Era irónico recordar que alguna vez había asegurado entre llanto que podía salvarla, cuando en realidad no tenía una mísera gota de poder para conseguirlo.

Había sido difícil comprender el hambre de control que la había llevado a considerar una decisión tan cruda para su vida, pero ahora lo hacía. La falta de este se convirtió en una de sus mayores frustraciones el día en el que se rompió el amor que los tres compartían.

Alban no era suficiente.

No para que su madre saliera de la oscuridad y lo viera.

No para que su padre lo buscara.

No para contagiar a Jules con una fortaleza que debía fingir cuando lo visitaba.

No para volver a iluminar la mirada desafiante de Bianca.

Qué ingenuo había sido reemplazar sus antiguas creencias sobre el amor por aquellas que aparecían en los libros que leía Bianca y las películas que veía Jules.

Alban solo era suficiente para sí mismo.

La vio responder un mensaje de Ian en el que le preguntaba cómo estaba, una rutina implementada desde que se mudó a Maelstrom, como si ambos necesitaran verificar de alguna manera que, al menos, el otro estaba vivo.

Bianca dejó de visitarlo cuando notó que no tenía mucho que aportar a las conversaciones iniciadas por su hermano; cuando moverse para más que ir al trabajo la agotaba hasta palidecerle el rostro.

Dejó el teléfono en el velador y se acurrucó con la cara en su pecho. Últimamente, el único momento en el que se acompañaban de cerca era por las noches, cuando el «te amo» era infaltable al igual que el abrazo que se extendía hasta la mañana siguiente. Bianca parecía tan incapaz como él de dar más que eso.

Enredó las piernas con las suyas y le acarició la cintura.

—Creo que deberías retomar las terapias —dijo Alban.

—Yo creo que tú deberías iniciarlas.

Tal vez tenía razón, pero no se sentía listo para enfrentarse a tantos demonios de golpe, no en ese momento.

En lugar de una respuesta, se deslizó hacia abajo hasta quedar a su altura y la abrazó.

—Hola, rata. —Esbozó una sonrisa ladeada.

—Hola, ratón. —Cerró los ojos y rozó sus narices. Se apoyó en un codo y le acarició la mejilla repasándole el rostro con la mirada. Lo besó, y enseguida una lágrima tocó el labio superior de Alban para luego arrastrarse hacia el inferior. Él la barrió con la lengua y no hizo nada por detener las siguientes; había pasado tiempo desde que la había visto llorar—. La primera vez que almorzamos juntos, dijiste que me preocupaba por las ratas pero no por ti —dijo al alejarse un poco y sonrió—. Y mi abuela solía decirme que no les contara mis secretos a las estrellas, porque estas nunca están solas y no saben guardarlos entre tantas. Pero dejé de rezar cuando era niña al darme cuenta de que nadie me oía. Así que ahora, todas las noches le pido a nuestras estrellas que te cuiden a ti y a él. Quién sabe si se lo cuentan a las demás y entre todas me cumplen el deseo.

A veces Bianca tenía eso de mezclar información que a simple vista parecía no estar ligada, como si él no pudiera ver que en realidad intentaba camuflar su intención de amar. Lo invadía aquel sentimiento descomunal cada vez que lo hacía.

Como con Jules el día anterior, grabó en sus labios un «te amo» tras otro y repitió el proceso hasta que respirar fue más necesario que amar. En susurros y en voz alta, a través de miradas y caricias, en calma y desenfreno, imaginó que tatuaba en ella los votos que aquella noche en Noruega había soñado con recitarle en la cima de Nueva York.

Se preguntó si a Bianca le quemaba la constelación de las costillas ahora que él la besaba y si acaso Jules podía sentir desde la distancia que de aquel lugar nadie lo desterraría. Si el parpadeo de aquellos astros era una ilusión causada por el ángulo desde el que se les observaba o una señal de que se apagarían, y cuántas noches de desvelo habían necesitado los astrónomos para descubrir las verdades de las estrellas sin perderse en la infinidad del universo.

 Si el parpadeo de aquellos astros era una ilusión causada por el ángulo desde el que se les observaba o una señal de que se apagarían, y cuántas noches de desvelo habían necesitado los astrónomos para descubrir las verdades de las estrellas sin p...

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Séquense las lágrimas y sigan leyendo. Les adoro 💜

 Les adoro 💜

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