19 | Rojo violeta acantilado

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Maelstrom una vez más guardaría en sus paredes los recuerdos de un momento importante para Bianca, aunque a diferencia de aquella última tarde, fue Alban quien la recibió en la puerta

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Maelstrom una vez más guardaría en sus paredes los recuerdos de un momento importante para Bianca, aunque a diferencia de aquella última tarde, fue Alban quien la recibió en la puerta.

Con el corazón alborotado, acortó la distancia apenas estuvo frente a él y le acarició las mejillas. Estaba pálido y ojeroso, un corte acompañaba al hematoma que le adornaba el pómulo derecho y tenía la ceja abierta en la misma zona de hacía un tiempo atrás.

La respiración entrecortada de Alban no pasó desapercibida, parecía que, al igual que ella, había deseado día tras día aquel toque de nuevo. Con la suavidad de su piel bajo las palmas, Bianca sintió que podría pasar toda una vida acariciándolo y aun así no tendría suficiente.

—¿Por qué? —Turnó la mirada entre sus ojos y el hematoma.

Alban le tomó las manos y las soltó solo cuando estuvieron lejos de su rostro. Enseguida lo extrañó.

—Por la misma razón que algunas personas fuman o beben aun sabiendo que no solucionará nada —respondió en un tono monótono que la hizo sentir fría y abrió la puerta para dejarla entrar a la casa.

Estar en Maelstrom siempre se sentía como cruzar a otra dimensión. El tiempo parecía ralentizarse, las personas lucían ajenas a lo que sucedía al otro lado de la puerta, y Bianca estaba convencida de que las lágrimas de tristeza se transformaban todas en lo más cercano a la alegría mientras reían.

—¡Hola, Bianca! —gritó un chico desde uno de los sofás, agitando la mano. Ella respondió con el mismo gesto y una sonrisa—. Cocinamos brownie, ¿quieres?

—¡Con extra chispitas de chocolate! —agregó una chica y movió las cejas de arriba abajo.

—Bajaré en un momento. ¿Me guardan un trozo, por favor? —Sonrió.

Se sentía empalagada por todo el kuchen que había comido junto a Ian hacía una hora, pero la comida que cocinaban en Maelstrom era una de las mejores que había probado. Quizás se debía al amor como ingrediente principal del que hablaban muchos de elles, el que añadían para llenar vacíos, acariciar cicatrices y abrazar cuerpos que solo habían conocido frialdad. Debía de serlo, porque era todo lo que sentía el suyo cuando recibía un nuevo plato, sin importar las manos que habían participado para crearlo ni qué tan desconocidas eran.

—Dos para ti, reina —respondió el chico y enseguida se levantó para ir a la cocina a reservar su pedido—. Alban, rey, tu cena está en el microondas. No te duermas sin comer y sin curarte las heridas.

Alban sonrió, le lanzó un beso y le agradeció. Con una mirada le señaló a Bianca el camino hacia las escaleras antes de liderarlo. Ella lo siguió, observando las fotografías de las paredes. Cada vez que caminaba por ahí intentaba enfocarse en la mayor cantidad posible de las que había pasado por alto antes, pero eran demasiadas. En ese momento, se prometió que si Alban la había citado para darle un adiós, no se iría sin recorrer la casa completa y pedirle a los demás que le contaran historias sobre esta.

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