Capítulo 37

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El dolor punzante que atravesaba mi cabeza fue lo primero que noté al recobrar la conciencia. Un latigazo de agonía que parecía dividir mi cráneo en dos, haciendo que instintivamente llevara mis manos a mi rostro en un intento desesperado por aliviar aquel tormento. Mis dedos temblorosos palparon mi frente, encontrando una superficie caliente y sensible bajo mis yemas.

Con un esfuerzo considerable, logré abrir los ojos después de unos segundos de agonía. La visión inicial fue borrosa, como si estuviera viendo a través de una densa neblina, pero gradualmente las formas comenzaron a tomar claridad ante mis ojos.

Un techo gris y descuidado se extendía sobre mí, con manchas de humedad y goteras dispersas por su superficie. Cada gota que caía resonaba en la habitación, un eco monótono que parecía acentuar la desolación del lugar.

Con dificultad, giré la cabeza hacia un lado, explorando mi entorno con una sensación de desconcierto y resignación. Para mi sorpresa, no sentí el sobresalto o el miedo que cabría esperar en una situación como esta.

La habitación en la que me encontraba era sombría, sus paredes de cemento desgastado y manchado por el paso del tiempo. No había ventanas a la vista, sumiendo la estancia en una pequeña bombilla que colgaba sobre el techo.

Una puerta de metal se alzaba frente a mí, imponente y amenazadora en su simplicidad. Me di cuenta de que estaba cerrada con llave, una cerradura especial que impedía cualquier intento de escapatoria.

Con esfuerzo y precaución, logré incorporarme ligeramente, sintiendo el peso de mi cuerpo mientras luchaba contra la persistente sensación de mareo. El vestido que llevaba puesto permanecía impecable, ofreciendo un pequeño consuelo en medio del caos y la confusión que me rodeaban. Sin embargo, la ausencia de mi máscara y mis zapatos, arrojados con desdén en una esquina de la habitación, me llenó de confusión.

Mis ojos se dirigieron hacia mi tobillo derecho, donde una cadena unía un grillete a la pared, restringiendo mi movimiento y obligándome a permanecer cerca del colchón en el que reposaba. La visión del grillete provocó en mí una mezcla de indignación y resignación, mientras mi mente comenzaba a asimilar la realidad de mi situación. Para mi sorpresa, el colchón parecía relativamente nuevo, lo que supuso un pequeño alivio en medio de la desolación circundante.

También noté que mis muñecas estaban esposadas, pero no estaban unidas a ningún punto fijo. Aunque mi movimiento estaba limitado, al menos tenía cierta libertad dentro de los confines de la habitación. Las esposas estaban en la parte delantera de mi cuerpo, lo que resultaba más cómodo que tenerlas en la espalda.

Dejé que mi cuerpo cayera hacia atrás, recostándome por completo en el colchón mientras mis ojos vagaban por el techo en un silencio abrumador. No tenía noción del tiempo que pasaba en aquella habitación, perdida en mis propios pensamientos. Con un gesto mecánico, apoyé mis piernas en la pared, dejando que mi espalda y cabeza descansaran sobre el colchón mientras contemplaba el techo como si fuera el escenario de algún enigma por descifrar.

La puerta se abrió con un chirrido metálico que cortó el silencio y me hizo mirar de reojo levemente, aunque decidí ignorarlo por completo, sin siquiera girar la cabeza para ver quién entraba. Los pasos se acercaron a mí con determinación hasta que una figura se inclinó sobre mí, obligándome a encontrarme con sus ojos.

Había cambiado de ropa, ahora vestía una camisa gris y unos vaqueros oscuros que contrastaban con su cabello rubio, ligeramente despeinado y aún húmedo, como si acabara de salir de una ducha reconfortante. El brillo plateado del piercing en su ceja resaltaba en su rostro, y sus ojos azules me observaron con una curiosidad evidente. Sin embargo, al darse cuenta de mi silencio, inclinó ligeramente la cabeza, mostrando confusión en su gesto.

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