Capítulo 39

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Cuando por fin comenzaba a caer en un sueño ligero, el sonido de pasos apresurados y golpes resonando en el exterior de la habitación me sobresaltó. Intenté ignorarlo, permaneciendo ovillada en el colchón con la frente apoyada en la fría pared y los ojos cerrados, tratando de aferrarme al tenue borde del sueño que se desvanecía rápidamente.

Los ruidos se intensificaron, cada golpe reverberando a través de la estructura de cemento. El eco de voces apagadas llegaba hasta mis oídos, pero aún así no me moví, esperando que fuera otro de los juegos de Ossian. Mi cuerpo, agotado y famélico, permanecía inmóvil, aunque mi mente comenzaba a registrar la urgencia y la violencia de los sonidos.

Pasaron unos minutos y, de repente, escuché un estruendo ensordecedor. Varios disparos. Mi cuerpo se tensó involuntariamente, y el sonido de la cerradura quebrándose bajo el cuarto disparo me hizo abrir los ojos. La puerta de metal, cedió finalmente, tambaleándose en sus bisagras antes de abrirse de golpe. El aroma metálico de la pólvora mezclado con el polvo de la cerradura rota invadió el aire, haciendo que me sintiera aún más desorientada.

Con cada paso que el intruso daba hacia mí, el sonido de sus botas resonando en el suelo desnudo, mi mente se debatía entre la posibilidad de rescate y la sospecha de un nuevo tormento.

Finalmente, una figura se acercó hasta donde yacía, su arma aún en alto. Su rostro estaba completamente oculto por una máscara negra, dándole un aire intimidante y desconocido. No me moví, mis músculos se mantuvieron rígidos mientras mi mente aún intentaba procesar la caótica escena que se desarrollaba frente a mí.

—¿Dónde está? — preguntó con una voz cargada de molestia, acercándose más a mí. La tensión en su tono era palpable, y sus palabras resonaron en la habitación con una fuerza casi física —. ¿Dónde está Ossian? — repitió, esta vez con una ferocidad creciente.

Bajó el arma con un movimiento rápido y la guardó en su cintura. Con la misma velocidad y determinación, su mano libre se lanzó hacia mi cuello, agarrándome con brusquedad. Sentí sus dedos presionando contra mi piel, obligándome a mirarlo directamente a los ojos, o al menos donde sus ojos deberían estar tras la máscara. La sensación de asfixia era inmediata, y la fuerza de su agarre me hizo ver las estrellas.

—¡Habla! ¡Dime dónde está! — gritó a escasos centímetros de mi rostro, su aliento caliente y áspero contra mi piel. La intensidad de su voz reverberó en mi cráneo, y sentí que algo en mi cabeza se desconectaba por completo. Actué sin pensar en las consecuencias, movida por una mezcla de desesperación y molestia.

—De... — intenté hablar, pero la falta de oxígeno me dificultaba pronunciar algo tangible. Las palabras se atoraron en mi garganta, cada sílaba un esfuerzo doloroso.

—¿¡Dónde!? — insistió, su paciencia desvaneciéndose rápidamente. Sus ojos detrás de la máscara brillaban con una furia incontrolable.

—Detrás... — murmuré agonizante, las palabras apenas un susurro. En cuanto el sonido salió de mis labios, sentí la presión en mi cuello disminuir y luego desaparecer por completo. Me soltó casi al instante, y llevé mis manos a la garganta, masajeando la piel magullada y dolorida mientras trataba de recuperar el aliento.

Con una rapidez casi instintiva, llevó su mano a su arma y giró sobre sus talones, apuntando hacia la nada en la habitación. Dándome la espalda, escaneó frenéticamente el espacio vacío, sus movimientos tensos y alertas, listos para cualquier amenaza que pudiera surgir de las sombras.

Con decisión, agarré con ambas manos las cadenas que se aferraban a mi tobillo y me mantenían prisionera en aquella asquerosa habitación. Con esfuerzo, me incorporé levemente y, en un movimiento rápido y decidido, rodeé su cuello con la cadena. La sorpresa lo hizo soltar su arma, que cayó al suelo con un estruendoso clank. Quedó tumbado entre mis piernas, forcejeando mientras me aferraba a los extremos de la cadena, apretando poco a poco, asfixiándolo con cada giro.

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